lunes, 29 de febrero de 2016

VAGABUNDEAR

Por Dayro Sánchez

Ya eran las cuatro de la mañana y decidí tomarme el último ron. Sonaba una canción de Serrat y cuando terminó me bajé de la silla y decidí salir a buscar un hotel.

Negocié la habitación por veinte mil pesos y entré rápidamente a buscar la cama pues ya estaba muy cansado y sentía que moría.

Es hermoso partir sin decir adiós….

ALMA

Por Elizabeth Prado Arango

Fuera, una casa blanca de ventanas azules… Dentro, en la primera habitación, un sillón, ella y su gato, y Mozart sonaba desde el fondo del pasillo que conectaba el resto de la casa. La última vez que la había visto no hablamos, ni siquiera nos saludamos, sabíamos que todo había terminado y sólo nos miramos como un par de extraños, como quienes ya no se reconocen pero tienen recuerdos en común, luego de esa noche ya no pude volver a referirme a ella por su nombre; en cambio, como parte de un juego de palabras le llamé Alma, tal vez por miedo a perder lo poco de su esencia en mí, aunque tiempo después descubrí mi inútil insistencia de conservar una idea que me destruía.
 Ahora era vieja, yo también lo era, pero la vejez siempre fue algo natural en mí desde muy temprana edad, en ella no, la había recordado todos estos años como la muchacha de cabello oscuro y ondulado, de pecas, senos pequeños y piel de porcelana. Cuando entré en la casa no pronuncié palabra alguna, sólo me acerqué lentamente y entonces sentí como todo volvía a cobrar vida, desde la primera mirada indiferente en el patio de la escuela donde estudiamos, hasta nuestro intento por decirnos adiós una última vez. Entonces recordé lo que era amar, amarla a ella -una mezcla de melancolía incomprensión y egoísmo-, sin embargo también sentí como el efecto mismo del tiempo y de la vida habían borrado todo rastro del amor que un día sentí que me brindó, y dentro, me revolcaba en una culpa sin explicación razonable ante los ojos de cualquiera, pero sabía que ese sentimiento se debía al hecho de haber dejado escaparla, y sólo conformarme con una idea, aquella que representaba el ideal del amor.
– No sabes cuánto te he extrañado, te busqué por toda la ciudad varios años y nadie nunca me dio razón de ti. ¡Dios! Casi no te reconozco, tal vez en la calle nunca lo hubiera podido hacer –Alcancé a decir estas palabras con cierto entusiasmo.
–Mucho gusto, mi nombre es Alma– Me detuvo y me miró fijamente con esos ojos pequeños y profundos.

Y nuestras vidas pasaron delante de nuestros ojos y comenzó llover en aquella habitación.

UN PRINCIPIO PARA EL FINAL

Por María Isabel Chica Higuita


Míralos, ¡Tan silenciosos! Tal vez amplíen en unos pocos días la lista de divorciados.
No hace más de tres horas estaban cenando y sonriendo en un lugar muy fino; asistiendo a uno de esos eventos del mes del amor y la amistad, que son perfectos para una pareja que no hace algo especial desde ya hace un buen tiempo.

Mientras estaban recordando ese día en que se conocieron (a lo que suelen recurrir para hacer emotivo el momento), Julia percibe un contacto visual entre una joven que hacía parte de la logística del evento y el hombre con quien está casada desde hace cuatro años. Fue extraño, es decir, no era la primera vez que Tomás cruzaba miradas con alguien más, pero sí la primera vez que Julia tenía ese sentimiento y que la dejaba allí sentada con una explosión interna sin ninguna razón justificada más allá del «sexto sentido».

Pero ¿Qué podía hacer? Amaba mucho a Tomás, confiaba en él, entonces ¿Cómo le reclamaría?, ¿Se basaría en una mirada? No era su estilo y además creía firmemente que lo más importante era la confianza. Así que con el tono más normal que pudo, le preguntó a su esposo—: ¿La conoces? — Él terminó de comer la porción que había tomado en ese momento y le respondió —: ¿A quién? —A la chica que está junto a la mesa de los regalos, ¿La conoces? —. Tomás se demoró unos cuantos segundos en responder hasta que finalmente señaló —Sí, a ella le compré las boletas para venir aquí—. Julia no sabía que más decir, así que solo murmulló lo que apenas daba un indicio de lo que pasaba en su mente— Mmmm… ya.

Sobre la joven no se dijo nada más. Tomás retomó el tema con el que estaban y aunque Julia trataba de seguir la conversación de manera coherente, no podía dejar de pensar en esa chica que sin una belleza muy «despampanante» se convirtió en su competencia


Al concluir la cena, la pareja que con esfuerzo reunió para asistir a la elegante noche, volvía a casa en metro. Ya han pasado algunas horas, y Julia necesita hablar sobre lo que vio. No es una celosa, pero tampoco es de las que hacen como si nada hubiese pasado cuando siente una barrera entre ella y su esposo. Así que… ¡Ah! ¡Lástima! Ya llegué a mi estación. Supongo que Julia y Tomás o como sea que se llamen, ni se conocen pero es divertido crear historias para hacer más ameno el recorrido.

INTENTO

Por:  Zelinzky (Seudónimo)

Despertó empapado.
No había funcionado. Estaba helado, cubierto de algas y adolorido… Pero despierto a fin de cuentas. Se levantó de mala gana, y sintió arena en la planta de uno de sus pies. Vaciló unos segundos mientras miraba el cielo y tomó la determinación de intentarlo de nuevo.

Quizá se golpeó la cabeza, o eso pensaba mientras que al subir los pequeños peldaños tallados en la empinada piedra escuchaba al viento decirle que no fallaría de nuevo. Peldaño a peldaño aumentaba su confianza y determinación, incluso más cada que escuchaba al viento repetirle lo mismo. Llego a la cima y admiro la vista, desde el tope del acantilado lo único que se veía era un mar verde, basto, infinito.

Caminó hacia el borde mientras que el viento le preguntaba si realmente lo haría. Miró al mar, y vio como este comenzaba a agitarse y revolcarse mientras le decía que esta vez no lo llevaría a la orilla. Él ya estaba en el borde, un solo paso y no fallaría.

Con total determinación dio medio paso

jueves, 25 de febrero de 2016

VIOLACIÓN

Por Miguel Angel Botero Arroyave

En la noche, donde se escabullen las personas de “Bien” y se muestran aquellas plagas de la Era Postmoderna, donde en ciertos lugares se acomodan todos los pecados capitales, se encuentra ella, una triste y demacrada joven de 26 años, los que visualmente no corresponden, de tanta vida que ha podido recorrer; ella, anda buscando a alguien, un tal “John”, a pesar de desconocer el origen de este nombre, lo menciona siempre con un acompañante, un tal “Jonathan”.

Con estos dos nombres, esta chica logra entrar a esos lugares de mala muerte donde se reúnen las masas a extasiarse de ellos mismos y de lo que les rodea, en aquellos lugares donde la legalidad es recóndita, pero que siempre está el “vigilante”, esperando si llega algún tipo de autoridad, avisándole a todos los que se encuentran allí reunidos para no sufrir ninguna consecuencia. Ésta noche ella logró encontrar el lugar ideal, con las características necesarias, ve al “vigilante”, y se dirige hacia él con cara de preocupación, diciéndole que necesita entrar, con el simple aspecto el vigilante responde un “no”, pero ella sigue con la insistente frase “Por favor, déjame entrar, mira que ahí están Jonathan y John, que desde hace rato iniciaron la fiesta” repitiendo esta oración varias veces y con un poco de lágrimas el sujeto le permite entrar, sin saber si esos dos hombres realmente pertenecen a la fiesta.
En el momento en el que ella entra,  siente tranquilidad, porque sabe que quizás pueda encontrar a su Jonathan y su John, sin embargo, lo único que encuentra es todo un infinito coctel de drogas, y lujuria por doquier, luces muy brillantes y arrítmicas que repercuten en la salud de ésta joven, al ver todo lo que le rodea, y repudiando todo esto, tiene una especie de desmayo y queda inconsciente. 

Independientemente del aspecto fue internada en el hospital más cercano, al ver su aspecto los doctores saben qué tipo de caso es… le dan un poco de reposo en una de sus habitaciones, un poco de comida, y puf, de repente le dan de alta; al salir, ésta chica sigue desconcertada de lo que le sucede, da pasos vagos  y cae en un recinto de casas abandonadas, donde se hospedan gente de su tipo, pero ella cae a dormir antes de llegar a la puerta.

Mientras tanto un hombre relativamente viejo pasa con un niño tomado de la mano, la ve acostada en la acera y procede a dejarle una bolsa con un pan, un poco de dinero que le deja en los deteriorados bolsillos, y procede con su caminata diaria  para llevar el niño a la escuela.

RUTINA

Por  Hernán Mauricio Marín

Lunes: llega Demetrio  del trabajo y en su casa le sirven frijoles, los observa y dice -¡Frijoles que ricooooooo! Y los come con gusto.

Martes: llega del trabajo  le sirven frijoles los observa y dice está bien tengo mucha hambre.

Miércoles: Le sirven frijoles los observa y dice –Otra vez; tocó que se va a hacer.
Jueves: le sirven frijoles –Me estoy hartando de siempre lo mismo, tengo que hacer algo al respecto.

Viernes: le sirven frijoles –Me merezco algo mejor no puedo pasarme toda la vida comiendo lo mismo- suspiro Demetrio y comió con resignación.

Sábado: le sirven frijoles -¡Estoy harto no volveré a comer esto en vida, no me importa si paso hambre!- gritó Demetrio con furia y se fue a tomarse unos tragos.


Lunes: le sirven frijoles. Los observa y dice -¡Frijoles que ricooooooo!- Y los come con gusto.

ENTRETIEMPO

Por Itzamar Cuervo López

Dice Eduardo Galeano que su mayor pasión es el fútbol porque es un sentimiento popular, Borges sin quedarse callado, se da el lujo de decir que el fútbol es popular porque la estupidez es popular, a Galeano (siendo coherentes con Borges) hay que reconocerle perdón, mientras entre dientes resume Cortázar, que detestaba  el fútbol como amaba el Boxeo, el taimado de Neruda prefirió estar como ausente, a pesar que la calle “Pablo Neruda” en España reemplazó su nombre por “La Plaza de la Selección Española”, una decisión un poco descortés del alcalde, bien pudiera pensarse. Todos volvieron al sofá, frente al televisor. Fue solo una conversación de entretiempo.

miércoles, 24 de febrero de 2016

MAGDALENA

Por Juan Fernando Franco Uribe.

En cierto pueblo del suroeste, había una beata pía, mujer muy crédula,
absolutamente recta y consagrada en todo a las cosas de la iglesia; por su cuenta
y sin esperar pago alguno aseaba el templo; mantenía las ropas sagradas; leía y
cantaba en la misa; y en algunas ocasiones también, trajinaba con los vasos
sagrados como un monaguillo.

En cierta ocasión mientras aseaba la imagen del crucifijo se cruzó por su cabeza
un mal pensamiento y esa misma noche, como tentada por el diablo, soñó que el
de la cruz, tan desnudo como se muestra, descubría para ella sus vergüenzas. Y
mojigata como era, creyó haber cometido el peor de los pecados, sin embargo,
impelida a confesarse, so pena como creía, de permanecer en pecado mortal, no
podía hacerlo porque cuando lo intentaba la vencía el pudor.

Desesperada decidió hacer una confesión por escrito, describió el nefando sueño,
y aún más, el deseo monstruoso que le inspiraba la condición humana del
atractivo sacerdote recién ingresado en la parroquia. Aliviada con la solución,
solicitó absolución por escrito para lo cual dejó consignadas instrucciones
precisas. Pasaron los días y el sacerdote no se manifestó de ninguna forma, así
que ella escribió otra carta y otra carta y se aseguró de hacerlas llegar a su
destino.

Lo peor, los sueños eróticos, en vez de remitir, se hicieron cada vez más
frecuentes y el deseo comenzó a corroerla y a desesperarla… Cuando lo ayudaba
con las vestiduras sagradas no podía evitar contemplar con deseo los omoplatos
amplios y los músculos macizos debajo la camisa y la piel del cuello blanquísima y
la irresistible tentación de tomarlo y besarlo…Pecaba, sin embargo se sintió
incapaz de confesarse, ni con ese sacerdote ni con otro; la falta que cargaba
consigo no era superior a su vergüenza.

Y por fin, la respuesta llegó: La encontró donde estaba previsto. Tomó la esquela y
leyó: <<Estimada Magdalena: Por tus pecados, ego te absolvo a peccatis tuis in
nomine patris et filii et spiritus sancti. Penitencia: Confesión presencial.
Magdalena no volvió a la iglesia, se encerró en su casa y ya no quiso volver a
salir.

martes, 23 de febrero de 2016

MARAVILLAS ENTRE LAS SOMBRAS

Por  Michael Salazar Tobón 

“Hay personas mágicas, te lo juro. Las he visto. Se encuentran escondidas por los rincones del planeta, disfrazadas de normales. Disimular es su especialidad, procurando comportarse como los demás. Por eso, a veces, es tan difícil encontrarlas, pero cuando las descubres ya no hay marcha atrás. No puedes deshacerte de su recuerdo. No se lo digas a nadie, pero dicen que su magia es tan fuerte que si te toca una vez te atrapa para siempre”.

Y ahora, creo seriamente que me topé con uno de estos seres.

Esta es una historia sin principio ni final, una historia que quizá nunca ocurrió. Pero que en mi mente transcurre como si se diera frente a mis ojos.

Me es imposible despertar e ignorar esa bella niña que transita en contra de la corriente de su vida, una pequeña perseguida por el peso de un amor; no es como si pudiese ver gente muerta, pero sentía su sufrimiento como si fuese mío. Constantemente sueño con su rostro, una mirada apagada, pero que en el fondo, se encuentra llena de vida. Intento seguirle y cruzar al menos una mísera palabra, pero es imposible. A cada paso que doy, sólo consigo alejarle de mí, en la lejanía puedo apreciar su belleza, en la cercanía puedo sentir su dolor, no sé si es una maldición tener que sufrir por piel ajena, o una bendición poder ver a la heredera de Afrodita en la tierra.


Pero sigo con mi vida, una vida normal, con las agitaciones que conlleva el hecho de ser un adolescente común, manteniendo siempre la esperanza de poder volver a dormir y ver a ese ángel caído que probablemente nunca pueda entender. En ocasiones pasa cerca de mí, pero al intentar tomar su mano, solo siento el frío del olvido, tal vez debería dejarla ir, pero en el fondo siento que fui elegido, para algo y que por ese simple motivo la conservo ahí, en el más cómodo lugar de mis recuerdos, esperando, algún día, ¡Liberarla de su mal.!

NUESTRO OTOÑO

Por Álvaro Diego Bedoya

Lo único con lo que solíamos soñar quienes vivíamos entonces era con el pueblo de la ficción, y nos dábamos cuenta cada día que pasaba, mientras veíamos al mundo agonizar, que nosotros éramos la realidad que no solía ser, fuimos el destino de la madrugada lejana que se contaba cada hora en que no existíamos, y siempre tuvimos la certeza de que nuestro mundo macilento era de lejos aquel lugar remoto tocado por los mistrales que viajaban del otro lado del gran mar. Mientras el mundo se olvidaba de sí mismo, mientras las flores olvidaban florecer, el agua olvidaba correr y las aves se olvidaban de volver, empezamos a desear de nuevo sentir el relente de nuestra memoria, porque la empezamos a silenciar, y ya no podíamos recordar, ya no podíamos pensar, ya no podíamos culparnos, porque la conciencia nos fue acallada hace tanto diciéndonos que es mejor vivir así porque uno no tiene que preocuparse sino de su vida, y sí que fue cierto porque vivíamos en el insomne sueño de los portales y los balcones, y sólo veíamos como los cauces arrastraban el polvo lunar de la noches de su fin, y sólo sentíamos que el mundo se hacía más cálido a cada segundo, tratando de gritarnos por ayuda, y sólo veíamos como el calicanto de las paredes exhalaba el resuello de serrín que cubría al mundo en la bruma de una ilusión y pesadilla. Fue sólo cuando los colibríes no regresaron jamás, cuando las últimas ranas nos dieron la sonata de la muerte, que empezamos a apreciarnos al espejo una vez más porque ya no teníamos agua en la cual vernos, ya no había nada que pensar porque sabíamos que el día estaba condenado, y no nos resistimos, así debía ser, pero nunca dejamos de pensar que lo único que queríamos era salir de esa pesadilla, de ese cuento de desilusión, ser reales al fin después de tanto, librarnos de la mente psicópata de nosotros mismos antes de las ojeras de nuestro insomnio, cuando todo era anónimo y nada era de nadie, volver a vivir los días que no eran iguales nunca, los vientos que traían y se llevaban al sol por el cielo de arcoíris, y cuando vimos el último recuerdo que el pueblo se detuvo por una hora, mirando al cielo con los ojos cristalizados de temor, supimos que todo había por fin acabado, que el tiempo se había detenido, que el mundo ya sería el mismo por siempre y para siempre y miramos alrededor como sería la eternidad, como cada cosa estaba condenada a permanecer por siempre donde estaba, como sería lo que no olvidaríamos nunca y tratamos de imaginar por un momento como sería la marchitez del mundo, y aunque todo había acabado muchos se alegraron, porque al fin lo logramos, al fin lo hicimos, el mundo ya está muerto, ya podemos vivir en paz, y nos dedicamos a eso, a vivir, a ser mientras esperábamos a que se acabara el tiempo incontable de la eternidad, siempre deseando ser reales de nuevo.

Antes de caer la última hojarasca, antes de que las hojas se apagaran, el mundo empezó a tener los mismos nombres, todos esto, todos aquello, aquel yo y nunca tú, el ahora él y el por siempre yo, todo se hizo sombrío porque esto era de aquel, eso del otro, aquello de todos pero no era para nadie por que el alma del mundo la fuimos vendiendo por partes tan pequeñas que no nos dimos cuenta cuando se nos fue por siempre y mi padre insistía en creer que no era demasiado tarde para ir en la vía contraria, pero yo sabía que no podía ser más cierta la tristeza, más real la muerte que en las sombras inmensas de los rascacielos de tres pisos, del cancel oscuro de mundo muerto, de la pestilencia de tiempo viejo, del verdín milenario que no se quita ni con el suspirar de los miles que allí vivíamos, y entonces empecé a notar que en este pueblo inmarcesible a la hora antigua en que las garzas solían volar hacia las montañas la gente salía a las ventanas a ver los rayos del crepúsculo que se repetía cada día con los mismos tonos, con la misma música lejana de los violines olvidados del puerto a la sombra del barco que nunca zarpaba, y todos miraban al cielo, dejando de caminar, dejando de hacer, dejando de vivir por diez minutos después del sonar fúnebre de las campanas de la iglesia que anunciaban la partida del alma del mundo al más allá, y antes de dormir en unas horas de para siempre miraban al cielo las nubes que emigraban lentamente, viendo como también nos abandonaban, recordábamos por un minuto, soñábamos en vida porque el sueño nunca nos alcanzó más que para descansar, y todos suspiraban al unísono, miraban al unísono y apoyaban sus cabezas derrotadas en sus manos agotadas al unísono, y me di cuenta que cada respiración del pueblo estaba coordinada en la pena, esperando, aguardando a lo que no sabíamos, recordando lo que nunca fuimos, y los corazones latían al mismo tiempo, soñabamos al mismo tiempo, y al final solo fue cierto que lo único que nunca supimos hacer fue vivir al mismo tiempo.

lunes, 22 de febrero de 2016

CADA ÚLTIMO DÍA

Por Margaret Lucia Zuluaga Manrique

Ella abre sus ojos con ganas de volver a cerrarlos. Odia tener que madrugar, tener que arreglarse, arreglar los niños, hacer el desayuno para todos y luego irse a trabajar; al mismo tiempo en los medios hablan de una supuesta liberación femenina. Pero en medio de la rutina, es un día diferente. Ella hace tres meses ha notado unos cambios en su seno derecho. Hoy reclamará el resultado de la biopsia que le fue realizada. Por supuesto que no será a primera hora, porque es médica, antes debe recibir turno, debe revisar los pacientes, formularles lo que cubre el seguro, lidiar con la hija de la señora de la 304 quien levanta a gritos al hospital porque no hay agua caliente y porque la compañera de habitación ronca toda la noche; mientras la jefe del piso murmura los errores médicos, acaban de notificarle que la cirugía del señor de la 308 se ha cancelado por tercera vez y es ella quien debe anunciárselo nuevamente a su familia.

El almuerzo de hoy fue un sándwich con jugo, hacia las 4:30 pm, mientras pensaba en lo hipócrita que es cuando le dice a sus pacientes que deben comer a horarios, hacer ejercicio, alimentarse bien, dormir 8 horas; en ese momento recordó que el laboratorio cerraba en 15 minutos... llego 5 min antes de que se fueran todos y logró reclamar la patología. Carcinoma lobular de mama invasivo: Eso era lo que confirmaba el patólogo. Una persona común, ni entiende el resultado, pero imagine lo que siente un médico cuando es el enfermo. ¿Cuántas veces ella enseñó el autoexamen de mama? ¿Cuántas mamografías ordenó? ¿Cuántos tumores detectó?, ¡pero fue incapaz de detectar una masa en su mama derecha! Nadie se puede imaginar cómo se sentía ella. Por otro lado, no sé podía ir a su casa o donde quisiera, porque tenía que terminar su turno; debía cuidar a otros enfermos como si ella estuviera sana.

Sabía perfectamente las fases del duelo: negación, ira, negociación, depresión y aceptación, pero no se molestó en vivir cada fase, ella sentía vergüenza, no se permitía estar enferma; ¿Con qué autoridad moral le iba a decir algo a su familia o a sus pacientes?... Al contrario de lo que muchos pensarían, ella no ocupó su mente en los últimos avances científicos, ni en las estadísticas de supervivencia, ella no pensaba en nada. Pero fue un accidente que ve al lado del camino, mientras conducía de regreso a casa, lo que la hace reflexionar: ¡nadie sabe cuándo va a morir, incluso si se tiene un cáncer! Todos los días muere gente que gozaba de “buena salud”. Decidió vivir cada día su último día: despedirse de su familia día como si fuera el último que les daría a sus hijos, despertar cada mañana como si eso fuera un milagro diario, hacer todo lo posible por sus pacientes cada día por si no llegaba mañana; eligió vivir cada día, no morir cada día. Y esa noche al acostarse cerro sus ojos con ganas de volver a abrirlos.

A CORUJA

Por Marcela Osorio Bermúdez

Tic, tac, tic, tac

O relógio marcava ás 6 horas, ela olhava através da janela as pessoas que passavam pela rua. Gostava de imaginar de que falavam, de onde vinham, para onde iam. Sua imaginação criava mil histórias...

Tic, tac, tic, tac

Ele chegava um pouco mais tarde das 6 horas, cumprimentava a todos, e sentava-se perto dela, mas não muito, trocavam um par de palavras e olhadas, um tanto protocoladas.

Tic, tac, tic, tac

Após alguns minutos depois de ele chegar, olhava o relógio dela e dizia: a coruja. A primeira vez que ele disse isso, ela não entendia do que falava e pergunto: a coruja? Ele a olhou fixamente a seus olhos e lhe disse – Sim, no seu relógio há uma coruja, olha os olhos, a boca, falava em quanto assinalando o relógio. – Você esta maluco! Respondeu ela.

Tic, tac, tic, tac

Todas as noites eram iguais, e ela começou a ansiar que ele falara da coruja de seu relógio. Na verdade, ela nunca viu essa coruja, mas gostava que ele tomasse sua mão para vê-la.

FRÍA NIEVE

Por Jhon Fernando Sanchez


El frío viento se colaba en los huesos de una persona. La nieve caía en su espalda. Sobre el cemento gélido yacía una figura humana, el letargo de la muerte no tardaría mucho en alcanzarla. -Tal vez es mejor así. Pensó. -Una muerte plácida y lenta. La noche caía sobre aquella ciudad olvidada por Dios cubriendo todo con su manto de oscuridad. En el mismo instante, cuando el sol arrojaba los últimos destellos por ese día, una vida trascendía al reino de los sueños. Recordó cuando las cosas simples le hacían feliz. Soñó con su madre que le limpiaba su rostro como si realmente le importara. ¡Si! Que extraño y maravilloso sentimiento se alojó en su corazón. Sentirse amado, querido por alguien.


En sus sueños fue feliz. Una sonrisa se instaló en su rostro, la única expresión verdadera en años de gestos vacíos e inertes. Mientras dormía, murió. Ahora, solo queda un cuerpo marchito sobre la acera de aquella ciudad y la nieve lo cubre, como si con ello se tragara todo el dolor de aquel ser inerte que no hacía mucho vivía.

LAS MISERIAS DE DEMETRIO

Por Edison David Ramírez Serna

Todo fue repentino, nadie lo esperaba, un misil, una bomba, un cohete, y, ¡¡BOOOUUMMM!! En unas horas, las potencias, los estados, todos los cimientos  ultra grotescos de la civilización se fueron al carajo. Ahora, no queda nada, ni hombres, ni mujeres, nada ¡nada!, solo hay mutantes, vestigios enfermos sedientos de muerte que se arrastran por lo que fueron las grandes ciudades de la antigua humanidad. Todos nos preguntamos qué maldición cayó sobre nosotros, nos lo preguntamos cuando a cada minuto sentimos una nueva yaga, un nuevo tumor, nos lo preguntamos cuando nuestros labios deformados caen a pedazos buscando en el polvo, una gota de agua, alguna lagrima olvidada en este mundo sin gracia. Esto pasaría, era claro, los abrazos fallaron, las ideologías fallaron, los estados fallaron, todos fallamos. La gente se decía cosas, se juraba fraternidad, y al final, una tumba, una cárcel, un arma, una mueca de odio.

Verás lo que digo, una tarde de viernes salía de mi trabajo, cansado, asqueado, con el asco que da ver a demasiada gente, a demasiada humanidad. Cerca de mi barrio, a la orilla de un rio, hallé una pistola, un calibre 38, seis tiros. Tenía la intención de entregársela a la policía, en ese entonces aun creía en la idea de ser buen ciudadano. Al llegar a mi casa, me dirigí al cuartucho del tedio, del matrimonio, era raro, se escuchaban aullidos, era como escuchar los gemidos en coro de Esperanza Gómez y el Nacho Vidal. Me palpitaba la frente, sudaba, enrojecía. Abrí la puerta, ¡horrible espectáculo! Mi esposa estaba gozando con otro tipo, no me importó mucho, sabía que eso pasaría, pero me enfureció el hecho de que lo estaba haciendo frente a los niños, no pude evitarlo, saqué el arma, quise asustarlos, pero estaba cargada, la vacié por completo, ¡bang!; ¡pam, pam,  pam, pam, pam!, Seeeee, ffff, seis tiros, a mi mujer le pegue cinco, al tipo uno.

Estuve en la prisión dos años, conocí a buenos tipos, entre ellos a Mala Madre. Les caí bien a los guardias, me regalaban cigarrillos, marihuana y hasta comida extra. Una noche navideña, de esas tantas en que la gente finge quererse mutuamente, vino a mi celda el guardia Peralta, me regaló un Marlboro y me dijo, << Hombe Demetrio, jaja, que, ¿nos abrimos del parche o qué? >>, Peralta añadió que él, los otros guardias y el cacique de patio, consideraron que yo no debía estar ahí. Esa misma noche, Mala Madre, el cacique y yo, nos fugamos por un túnel que daba a una vivienda cercana, fue rápido, discreto, calculado. Al otro día, los medios mencionaron la fuga, apareció la foto del cacique, de Mala Madre, pero no la mía, a nadie le importaba, a nadie le e importado. Matar a dos personas no era gran cosa, no había sirco, espectáculo, drama. Seeeee, en realidad, no nos aterrorizan los actos destructores de la gente, lo que nos espanta en verdad, es el monstruo que somos, o que podemos ser, al verlo reflejado en nuestros semejantes.


Tras la fuga, me fui a vivir al barrio más pobre de la ciudad, me deje crecer la barba y el cabello. Allí, por primera vez en mi vida, conocí a la Belleza, fértil, luminosa, perfumada por dioses inmortales. Era una chica de unos 27 años, ciega de nacimiento, era bella en verdad, no juzgaba, no despreciaba, veía a las almas sin miedo ni reparo. Pero la Belleza perece pronto, tras cuatro años de vivir juntos, ella enfermó, cáncer terminal, hice lo que pude, robé dinero, conseguí a los mejores médicos, hasta me volví religioso, pero los dioses de todas las religiones me escupieron en la cara. Mi compañera murió, sombría, consumida, desesperada. Seee, fff, hasta este cigarro lo sabe, el pasado es horrible, también el presente, la vida, el hombre, el tiempo, una crucifixión eterna que se desgarra sin sentido, sin misericordia. 

viernes, 19 de febrero de 2016

EL CADÁVER

Por Santiago Jaramillo Gil

Ese día ya no sabía qué hacer con el cadáver. Lo veía cada mañana tras levantarse, mal oliente como siempre, con esa mirada perdida incapaz de reflejar sentimiento alguno. No le prestaba mucha atención, se había acostumbrado a ver el cadáver así como se había acostumbrado a muchas otras cosas en la vida. Desde años atrás ya no se sorprendía al ver caer gotas de agua desde lejanas nubes, ni al sentir su corazón latir al son de una eterna música invisible, ni al oír los pájaros en la mañana anunciando un nuevo giro de la Tierra; no le sorprendía el estruendo de un trueno o el destello de un relámpago, ni el brillo de la luna o el centelleo de las estrellas, mucho menos tendría por qué sorprenderle ver aquel cadáver cada día en las mañanas y cada noche antes de acostarse. Él siempre estaba allí, y su presencia era su única compañía fiel desde años atrás.

Pero ese día fue diferente, ese día tras asistir a la lúgubre ceremonia de entierro de su querido tío volvió a su casa con el corazón afligido y su cabeza hecha un nudo de sentimientos confundidos; no pudo evitar abstraer su mirada en los fríos ojos del cadáver. Esta vez su pálido semblante lo hizo estremecer, se sintió tremendamente incómodo en su presencia, al verlo fue consciente de su propia efímera existencia. De repente sintió que el tiempo se escurría rápidamente por debajo de la puerta, vio las manecillas del reloj de pared correr descontroladamente como si disputaran una carrera contra la luz, vio las hojas del calendario caer por montones dejando su habitación como si un bosque otoñal hubiera pasado en un instante por ella. Sintió que todos sus recuerdos se confundían en una nube difusa que se escapaba por la ventana. Apartó entonces con desespero su mirada de la del cadáver y decidió que no quería volver a ver aquel tétrico rostro, esa mirada vacía sin sueños ni ilusiones, ajena a la realidad y a la fantasía; no quería volver a ver esa mirada tan ausente de vida, tan constante e imperturbable, tan aburrida y predecible, tan estremecedora y angustiante.

Pero no sabía qué hacer con él, no podía simplemente deshacerse de aquel rostro que lo había acompañado con estoicismo por tanto tiempo. Tal vez bastara con cambiarle el semblante, pensó, pero ello significaría tener que volver a mirarlo cara a cara y enfrentar una vez más su mirada tenaz, y ya no estaba dispuesto a eso. Decidió entonces simplemente ignorarlo, no volver a cruzar jamás su mirada con la de él: decidió entonces no volver a mirarse jamás frente a un espejo y prefirió seguir viviendo su vida muerto en vida, tal como lo venía haciendo desde años atrás.

jueves, 18 de febrero de 2016

VIDA

Por Andrés Felipe Gómez Varela

Vida es una chica, un tanto subjetiva, marginada, a veces valorada y otras despreciada, espontánea y sorprendente, trágica y desilusionante; todos la conocen, algunos hace mucho otros hace poco, como todos alguna vez hemos tenido quien nos valore, nos ame, y también quien no lo haga; igualmente ella, tan humana como nadie, tan incomprendida como ella. Su existencia comenzó el día en que terminó, su hogar y su familia siempre ha sido el que nosotros le hemos dado, nada más nada menos, sin exigencia ni caprichos, nos acepta, nos conoce, y nos acompaña, una vez, únicamente; nosotros con el tiempo en presencia de su compañía comprendemos que puede dejarnos en cualquier momento, y muchas veces no valoramos aquello.

Ella es hermosa, frágil y envolvente, recurrente a los momentos especiales, esperando siempre que la conozcan por completo. Vida que todo lo conoce, siente y recuerda, de una forma tan increíble que nos daría una inmensa alegría, un extenso sentir, saber cómo es ella realmente, pero es algo imposible, pues solo tenemos una oportunidad para conocerla, y que en muchos casos solo cuando esa oportunidad se acaba, descubrimos la verdadera razón de su existir.

Con todo su conocimiento, experiencia, su principal deseo siempre fue, es y será, enseñarnos el porqué nos permite relacionarnos con ella de tal manera que somos y terminamos siendo unos con ella, sintiéndonos tan dependiente algunas veces y tan individuales en otros momentos, llenándonos de cosas nuevas, sentimientos nuevos, por ella y por nosotros mismos, percibiendo que ella está ahí y al instante puede no estarlo, tan fugaz como un momento y perdurable como un recuerdo; dándonos la inseguridad de un momento seguro en nuestro seguir, nuestro camino, nuestro destino, posibilitando tantas situaciones para apreciarla, para comprenderla, para conocerla, que si al final no entendemos que hemos hecho con su realidad, su comparecencia, realmente y definitivamente, no hemos sabido ni aprendido a vivir la vida.

PILATUNAS

Por Didieyson Farley González Quintero

Una mañana calurosa de diciembre, después de que el sol se colara por la ventana de la habitación, decidimos emprender la aventura. Eddie y yo ese día íbamos a lograr una hazaña que días antes nos habíamos trazado.

En las afueras del pueblo vivía un viejo llamado Jeremías, en una casona vetusta y colonial. Vivía solo. Cuentan que cuando su madre murió enloqueció y se encerró allí, no volvió a hablar con nadie, su única compañía era un perro holgazán que nunca se apartaba de él. Las gentes decían que en su casa guardaba un tesoro incalculable, que por eso no dejaba entrar a nadie allí, y que si alguien osaba entrar, lo mataba y se lo comía.

Ese día marcó para siempre mi memoria, pues desde entonces nada fue igual.

Por varias semanas consecutivas espiamos al viejo y descubrimos que todos los días, a las 3 de la tarde iba hasta el cementerio, a llevarle flores a la tumba de su madre. Poco antes nos acercamos al lugar y esperamos. Lo vimos salir y lentamente su silueta se perdió a lo largo del camino, entonces corrimos hacia la entrada y saltamos la cerca.

Nos colamos por una ventana de fácil acceso y para nuestro asombro, la casa estaba llena de basura: botellas, cajas, muebles, desechos, juguetes viejos… Inspeccionamos toda la vivienda sin encontrar nada de valor, hasta el sótano estaba lleno de basura, las cosas que la gente desechaba, incluso me llamó mucho la atención ver allí unas revistas que mi madre había tirado días antes.

Buscamos y rebuscamos hasta el cansancio. De pronto vimos una sombra acercarse a la puerta, ¡era Jeremías...! Poseídos por el terror tratamos de escondernos, pero el chandoso nos olfateó y empezó a ladrar. El viejo abrió la puerta y el perro sigilosamente se acercó precisamente al lugar donde estábamos y siguió con sus ladridos. Jeremías nos descubrió. Corrimos hacia el patio, el perro nos perseguía, también Jeremías, aun recuerdo sus ojos endemoniados y la expresión de su rostro al gruñir. Eddie tomó un palo y ahuyentó al perro mientras yo trataba de abrir la puerta trasera, el viejo nos respiraba en el cuello, sin embargo pudimos alcanzar la cerca. Yo salté, pero Jeremías agarró a Eddie, este le golpeó de puntapié y pudo zafarse, salto la cerca y escapamos. Salimos de allí corriendo, a lo lejos se escuchaban los gritos de aquel anciano diciendo que nos buscaría para matarnos. Esa noche no pude dormir, veía el rostro de aquel hombre cada vez que cerraba los ojos.

Nunca más volví a saber de Eddie, pues mi madre me prohibió su amistad, porque lo consideraba una mala influencia. Quince días más tarde un extraño rumor se escuchaba en el pueblo; encontraron al viejo Jeremías muerto en la vieja casa llena de basura. Muchos decían que se suicidó por que no aguantó más la ausencia de su madre, pero yo creo que murió de pena, pues no soportó que violáramos su intimidad

PRISIÓN MENTAL

Por Laura Heyoan García Roldán 

Me despierto… veo el amanecer y luego me doy cuenta que sigo encerrado dentro de estas cuatro paredes infinitas e inmateriales que son mi mente, veo pasar como un desfile de dolor todo aquello que oprime y desagarra mi corazón roto y acorazado, ¿será morir mi única alternativa y opción para no sufrir?, ¡ah! Perdonen, no me he presentado, soy… ¿Quién soy?, ¿soy un ser bueno o malo?, ¿mentiroso o verdadero?, ¿amado u odiado?, ¿será que éxito fuera de esta prisión que es mi propia mente?, oye tú, ese que escucha y observa desde lejos, desde ese lugar donde mi conciencia no llega, tú, qué sabes todo de mí, ¿resolverías el dilema?

¡No! a quien engaño, aquel que sabe todo de mí no es otro que mi conciencia, y es imposible que siendo ella parte del problema, me dé la solución, pero, si ni siquiera me puedo valer de ese ser omnipotente que es mi todo, para salir de esta cárcel ¿no sería mejor morir?, a veces esa es la única respuesta que encuentra mi trastornada mente    ¿Será que ella también siente?, y por eso me da esta solución tan definitiva para huir,  ¿Quién sabe? ¿Quien entiende? mejor dicho, ¿quién me explica?
¡Ah! los gritos de mi mente me estremecen ¿Quién podría ayudarme a escapar de este mundo? ¿De esta pesadilla que se ha vuelto realidad?, ¡cállenlos! no quiero oírlos, ya no aguanto estos pecados, que afligen mi sentir y nublan mi mente.

Me pregunto ¿Quién sería cupido para mostrarme el amor, y así opacar los golpes por caricias?, ¿Quién sería escritor, para que cambiase mi pasado, para que cambiara la sangre, por mariposas?, ¿Quién sería amigo, Para que pintara la puerta por la cual salir de esta pesadilla?, ¿Quién sería ilusión, para que me enseñase a pintar un cielo, por el cual volar y escapar?, ¿Quién sería ángel, para que me perdonara y me sacara de esta oscuridad?.

Conciencia, único ser que me escucha, o al menos eso creo, ¿podrías tratar de hablar?, emite palabras, opaca así sea por 10 segundos los gritos, los golpes, la sangre, ¡hazlos callar!, ellos ya no se encuentran aquí, ellos son solo cadáveres que fui dejando a lo largo de mi existencia, ¡haz que se marchen, que desaparezcan!.

¿Qué es esto, será magia?, se dibuja una puerta, ¿por fin podré salir?

Y en ese momento… afuera, en la realidad se daba la orden para encender la silla eléctrica, con la que colmarían su venganza aquellos seres que gritaban en su mente.

MORAS BAÑADAS EN CHOCOLATE

Por Natalia Arroyave Monsalve

Caminaba aquella noche entre botes de basura y humanos durmientes, entre calles oscuras y edificios inertes. El frío hacía que sus patas temblaran, que su hocico escociese y su respiración se entrecortara, ya nadie le ayudaba, era solo un perro viejo y abandonado.

Estaba asustado desde el momento en que decidió salir de casa, quería conocer el mundo pero no este mundo, no este frío, no estás casas. Todo estaba en silencio, era como si la ciudad entera estuviese descansando mientras él seguía buscando su hogar.

En aquel momento no pudo más, su pata terminó por doblarse y se dio un golpe en el suelo, su hocico sangraba y su cuerpo temblaba. Cerró los ojos y se dejó ir. Un momento después, no pudo saber si horas o años, unas manos suaves y amables lo despertaron, olía a moras bañadas en chocolate, era ella, era su ama, ella vino por él, aún olía un poco a humedad y moho de ese cajón donde la enterraron bajo tierra, pero ella volvió por él y él estaba al fin en casa.

SUEÑOS FUGACES

Por Salomon Anaya Sampayo

Érase un día como cualquiera, el señor Richards se levantó de su cama a las 5 de la mañana por cuestiones de trabajo, pero notó algo curioso en la habitación donde estaba, que efectivamente esta no era su habitación.

Se levantó y fue al baño de ese extraño lugar y se lavó la cara, pensando que así podría despertar de aquel sueño, pero no fue así y para su sorpresa, se encontró con que el rostro que veía en el espejo del baño, no pertenecía al que el recordaba, definitivamente no era él.

Desesperado por los acontecimientos que tomaron forma en esa mañana, decidió que la única persona que podría comprobar su existencia era su madre, y luego, tomando un celular que estaba al lado de la cama, la llamó, el teléfono sonó y contesto una voz femenina diciendo:

-       ¿Hola?, habla Emily, que se le ofrece.

-       ¿Mamá, eres tú?, por un instante Richard perdió la cordura, pero luego respiro profundo y la recupero, contestándole.

-       Perdón señora Emily, solo quería preguntar por su hijo Richard, ¿él está en su casa ahora mismo?

-       Tranquilo, no él acabo de salir de la casa en estos momentos, porque se fue a trabajar.

Richard colgó el celular, se congelo por un instante y no tuvo otra opción que preguntarse muchas cosas, ¿Quién era?, ¿Sus recuerdos estaban bien?, ¿En donde me encuentro?, ¿Seguro que esto no es un sueño?, ¿Es acaso que el poder de la mente puede hacernos vivir este tipo de experiencias?, pensando en todo esto se dio la oportunidad de creer en lo impensable, la vida de cada persona es un universo y él tenía el poder de viajar hacia otros mundos, vivirlos, podría ser quien quisiera simplemente con el hecho de pensarlo, y si se aburría de vivir esa vida, podría explorar en las mentes en busca de una nueva aventura que lo apasionara. Lastimosamente y sintiéndose como aquel oso que reinicia sus funciones luego de una larga siesta de invierno, despertó.

MEDELLÍN ES UN CUENTICO

Por James Santiago Rodríguez Gómez

Era de noche. Me había quedado sin bicicleta pública a las seis y cincuenta en la Alpujarra. Corrí hacia la próxima estación y tampoco había. Un empleado me preguntó que si no tenía pasaje y le dije que no, entonces me regaló dos mil pesos. Miré su placa, se llamaba Juan Antonio… le di las gracias: “¡¡Ojala se le multipliquen!!” Recordé que mientras salía del edificio en dónde vivo estaba deseando tener dinero cada vez que lo necesitara. Me subí a un bus. Estando sentado, dos niños treparon por la registradora para trabajar. El más pequeño andaba con un radiecito rojo colgado al pecho como un collar. Una pista de rap estridente sonó y empezaron a hablar; que la canción se trataba del agua y que había que cuidarla, me quité los audífonos para escuchar bien que querían decir: “Queremos agua, agua de verdad, no agua sucia, contaminada, ni tratada químicamente, eso nos mata”. Cantaron muy bien. Les di la única moneda que me sobró luego de pagar el pasaje al que me había invitado Juan Antonio, que por petición mía, dijo que durante las próximas dos semanas estaría trabajando al frente del museo. Antes de montarme al bus también le saqué una foto a una persona que estaba durmiendo bajo unas banderas patrias, envuelto en una cobija vieja… aun no entiendo qué es lo que pasa en esta ciudad. ¿Por qué hay tantas personas durmiendo en la calle? tantos trabajando en los buses, tantos necesitando comida, techo. Tantas personas perdidas en la incertidumbre del vivir, de acuerdo a lo que el estado dispone. Aunque a veces el exceso de orden es aburridor, el desorden que se propaga por sectores dentro y fuera de la ciudad parece como un atractivo turístico, todo un popurrí de imágenes grotescas y al mismo tiempo igual de simpáticas. Gente rebuscando en la basura o en los buses, a raíz de la escasez y la necesidad, que si no es así, le dicen a uno que estarían robando o metiendo vicio o trabajando en una plaza, y que gracias a ese aporte que uno les da estamos evitando que eso pase, así hablaron los niños del bus. ¡Juemadre! ¡¡Ese cuentico está tan duro de masticar, que se me parte el alma y no la muela!! Algo que debería ser responsabilidad y deber del estado, termina siendo el lastre que carga la clase media y baja, haciéndonos creer que somos los mesías de aquellos que a duras penas se aprenden una canción, o consiguen una bolsa de confites traídos de taiwan o de quién sabe dónde, para recibir una moneda de cualquier valor y entregar la promesa a todo aquel que se digne a apoyar esa forma de trabajar: “Dios se lo ha de P.A.G.A.R”. Tremendos cuenticos los de mi ciudad ¿no? Vea, y yo sigo sin plata, pero al menos ya le pude pagar los dos mil pesos a Juan Antonio en otra ida al Museo, pero no pude dejar el aporte voluntario

LA BÚSQUEDA DEL MECANISMO DE VIAJE *

Por Juan Esteban Parra Ospina

                                 Antes las distancias eran mayores porque el espacio se mide por el tiempo

                                                                                                               Jorge Luis Borges


 En cada periodo, Höthh la criatura se fascina con su existencia y pone su empeño en exprimirla. Se sabe dueña de una vida, ajena de un lugar, pequeña en el universo y corta en la historia por lo que emprende la búsqueda del mecanismo que la ayude a manchar de experiencia todo el círculo de su realidad. Lo más cerca que se pueda a los bordes.

¿Cómo abarcar el horizonte sideral de un vistazo? se pregunta Höthh. ¿Cómo incorporarse al universo en una acción? El concepto de movimiento aparece ante estos cuestionamientos de Höthh la criatura, que coleccionando pensamientos diseña el viaje como estrategia de magnificación de la existencia. Ahora sabe que del punto A al punto B se ocupa siempre un lugar por cada instante pero que en el recorrido se pinta algo nuevo que la hace menos pequeña ante al universo.

Curiosa, Höthh se pone a la caza del elemento que le sirva de plataforma móvil. No tan lento como para desperdiciar, no tan rápido como para no asombrarse. La búsqueda astral requiere tiempo y dedicación, el espacio es vasto y antiguo. Höthh diseña la contemplación como estrategia de extensión de su conciencia. Ahora visualiza la entidad errante, el objeto más hermoso jamás imaginado, orbitando perpetuamente alrededor de una fuerza de luz cálida que está inscrita en una ruta incesante a su vez montada en unos rieles de colchón en espiral vibrante que se desplaza suavemente por el cosmos.

La criatura Höthh se instala en La Tierra.


*Por: Juan Esteban Parra Ospina / jueparraos@unal.edu.co /

¿CUÁL ES LA REALIDAD?

Por Tomás Buriticá Vasquez 

Alejandro Quintero, un guardaespaldas, bajaba a las nueve de la noche, en compañía de su mejor amiga Katheryn, por una calle de Medellín. De repente vio que un hombre alto,  blanco y vestido de negro,  los estaba mirando, razón por la cual rompió el silencio:

-Kathe, ¿sí ves  a ese tipo  tan raro  que no nos quita la mirada de encima? ¿Qué querrá de nosotros?
-No sé de qué  me hablas.
-¿Cómo que no sabes? Mira, está en frente de nosotros, imposible que no lo veas.
-En serio, Alejo, no veo a nadie. Ya me estás asustando,  no me gustan  ese tipo de  bromas.
Mientras seguían  caminando, el guardaespaldas continuaba viendo personas y su amiga insistía en no ver a nadie.
-Katheryn, ¿qué  hará ese  niño, solo, a estas horas en la calle?
-¿Cuál niño?
-Ese que está a tu izquierda.
-¡Alejandro Quintero,  no veo a  ningún pequeño! ¡Entiéndeme, no veo a nadie!
Siguieron avanzado calle abajo, hasta que él nuevamente se detuvo al ver que una señora tenía los ojos puestos en ellos. Katheryn nuevamente negaba ver a  alguien. Quintero, confundido,  sacó su arma, apuntó, disparó, y enseguida notó que a aquella señora le comenzó a salir sangre del pecho mientras caía al suelo. Su amiga estaba  serena, como si no hubiese escuchado el disparo ni visto a aquella mujer agonizante. Alejandro escuchó que unas sirenas  se aproximaban, pero Katheryn seguía serena. Él tiró  el revolver al  piso cuando se dio cuenta de que la policía estaba en el lugar, se dirigió a su amiga agitado y  le gritó:
-¡Katheryn! ¿No habías dicho que no veías a nadie?
Uno de los policías se acercó, apuntándole con una pistola a  Quintero y le preguntó:
-¡Señor! ¿Con quién habla?
-¡Con Katheryn!

-Señor, yo no veo a nadie...

BUEN EJEMPLO

Por Leodan Andrés Otaya Burbano

Don Antonio y doña Olga habían trabajado durante muchos años de su vida como docentes, de lunes a viernes, preparando las clases día a día, sus mejores años los dedicaron a los niños enseñándoles las primeras letras y los primeros números. Gracias a ellos muchos aprendieron lo básico de los grados escolares iniciales, para continuar luego con los estudios secundarios.

Y así luego de tanto trajinar por su mundo educativo finalmente a los dos les llegó la tan anhelada pensión. Lo primero que hicieron fe irse a vivir a otro lugar comprando una casa hermosa y amplia en una ciudad apacible y acogedora. Disfrutando plenamente de su descanso merecido rodeados de sus hijos y sus nietos cada vez que ellos los visitaban.

Empezaron a disfrutar la vida como debía ser. Don Antonio y doña Olga se volvieron unos viajeros constantes, primero conociendo su país y luego saliendo al exterior. Por ello eran habituales sus publicaciones fotográficas en Facebook de los lugares que visitaban, generalmente rodeados de palmeras, mar, sol y playa. Siempre se los veía alegres y llenos de vitalidad. No les pasaban los años porque habían llegado a una etapa de la vida donde todo era gozo y felicidad.


La gente que los conocía comentaba que eso si era vida, que se debía seguir su ejemplo, que como ellos, luego de esforzarse la mayor parte de la vida en su trabajo respectivo, finalmente tocaba vivir la vida a plenitud gozando a mas no poder los últimos años de la existencia, dándose los gustos que se quisiera y esperando la muerte con una sonrisa en los labios. Porque lo bailado nadie lo quitaba, y se pasaba a la eternidad en completa felicidad.

TAZA DE CAFÉ

Por Natalia Manjarrés Peñalosa

Sería muy ingenuo preguntarte por qué sigues conmigo. Es como preguntarle a una taza de café por que le gusta el café. Porque a pesar de todo lo que ocurre, nos ocurre, siempre vuelves con deseo de mí. Vuelves y me tomas en tus manos, tan suaves e impregnadas con tu aroma, que me sujetan como si fuera un ser tan frágil que se quebraría entre tus dedos, como porcelana fina.

¿Sabes? Nuestra vida es tan monótona y a la vez tan cromática. Yo soy la única a la que le cuentas tus alegrías, esos momentos de euforia donde el mundo es solo nuestro, y lo celebro siempre dándote un beso de mañana, con azúcar que es tu azúcar, que llena tu vida de dulce armonía, Pero también conozco tus tristezas, esas veces en donde despertar es la idea más insoportable del día. Llenas tus ojos de llanto, un llanto que no es solo tuyo sino nuestro, pues he visto cómo tu alma llora y mi alma llora espuma con tus lágrimas, para así atenuarlas cuando caen dentro de mí.

No todo ha sido fácil entre nosotros. No soporto las mañanas a medio llenar en donde la despedida es fugaz, como si el reloj reglamentara tu vida y el tiempo fuera más importante que mi compañía y las charlas frente al periódico. Es un sabor amargo que me llena, que te llena, porque al fin y al cabo somos uno solo cuando estamos juntos. Al final, te limitas a quejarte del desagradable gusto de mis besos, reniegas, golpeas la mesa, tomas tu abrigo y te vas. Detesto la idea de convertirme en el segundo plano, en el “puede esperar”, cuando yo debería ser tu noción de mundo. Me niego a esas mañanas en las que solo quiero que me tomes entre tus dedos y tú no puedes apartarte de las voces malditas que roban más tiempo de tu tiempo y quitan mi tiempo del tuyo. Besos fugaces, sin cariño, sin calidez de tus dedos, solo una alacena vacía: sufro, y el frio del vacío ambienta una soledad habitada de la que soy protagonista.

Pero debes entender que tu vida y la mía no han de estar separadas, pues vivo para acompañarte sin importar si el sol ha salido o la mañana está fría; aunque esas son las mejores. Me buscas, me tomas y me absorbes con tus labios, mientras me llevo toda tu vida conmigo: tú me vacías, yo te lleno. Por eso, querido mío, debes entender que lo nuestro es eterno, que nos necesitamos para ser lo que somos.
Por último te pido y te imploro, no me olvides, no me dejes. Que ni la dulce alegría ni la espuma tristeza ni el más amargo gusto de mis besos impida la cercanía entre nuestros cuerpos. ¿Recuerdas? Sería muy ingenuo preguntarte por qué sigues conmigo. Es como preguntarle a una taza de café por que le gusta el café. Porque a pesar de todo lo que ocurre, nos ocurre, siempre necesitarás de mí.

Era un 13 de septiembre y Simón salía tarde para el trabajo. Tomó su chaqueta y le dio seguro a la puerta. Se le había olvidado tomar su taza de café.  Esperaba que el tráfico estuviera de su lado. 

EL AVARO

Por Ramiro Restrepo 

Cuando le llegó la ineludible, el avaro se desprendió de sus bienes; su único placer fue vivir una ominosa y miserable vida.