jueves, 18 de febrero de 2016

MEDELLÍN ES UN CUENTICO

Por James Santiago Rodríguez Gómez

Era de noche. Me había quedado sin bicicleta pública a las seis y cincuenta en la Alpujarra. Corrí hacia la próxima estación y tampoco había. Un empleado me preguntó que si no tenía pasaje y le dije que no, entonces me regaló dos mil pesos. Miré su placa, se llamaba Juan Antonio… le di las gracias: “¡¡Ojala se le multipliquen!!” Recordé que mientras salía del edificio en dónde vivo estaba deseando tener dinero cada vez que lo necesitara. Me subí a un bus. Estando sentado, dos niños treparon por la registradora para trabajar. El más pequeño andaba con un radiecito rojo colgado al pecho como un collar. Una pista de rap estridente sonó y empezaron a hablar; que la canción se trataba del agua y que había que cuidarla, me quité los audífonos para escuchar bien que querían decir: “Queremos agua, agua de verdad, no agua sucia, contaminada, ni tratada químicamente, eso nos mata”. Cantaron muy bien. Les di la única moneda que me sobró luego de pagar el pasaje al que me había invitado Juan Antonio, que por petición mía, dijo que durante las próximas dos semanas estaría trabajando al frente del museo. Antes de montarme al bus también le saqué una foto a una persona que estaba durmiendo bajo unas banderas patrias, envuelto en una cobija vieja… aun no entiendo qué es lo que pasa en esta ciudad. ¿Por qué hay tantas personas durmiendo en la calle? tantos trabajando en los buses, tantos necesitando comida, techo. Tantas personas perdidas en la incertidumbre del vivir, de acuerdo a lo que el estado dispone. Aunque a veces el exceso de orden es aburridor, el desorden que se propaga por sectores dentro y fuera de la ciudad parece como un atractivo turístico, todo un popurrí de imágenes grotescas y al mismo tiempo igual de simpáticas. Gente rebuscando en la basura o en los buses, a raíz de la escasez y la necesidad, que si no es así, le dicen a uno que estarían robando o metiendo vicio o trabajando en una plaza, y que gracias a ese aporte que uno les da estamos evitando que eso pase, así hablaron los niños del bus. ¡Juemadre! ¡¡Ese cuentico está tan duro de masticar, que se me parte el alma y no la muela!! Algo que debería ser responsabilidad y deber del estado, termina siendo el lastre que carga la clase media y baja, haciéndonos creer que somos los mesías de aquellos que a duras penas se aprenden una canción, o consiguen una bolsa de confites traídos de taiwan o de quién sabe dónde, para recibir una moneda de cualquier valor y entregar la promesa a todo aquel que se digne a apoyar esa forma de trabajar: “Dios se lo ha de P.A.G.A.R”. Tremendos cuenticos los de mi ciudad ¿no? Vea, y yo sigo sin plata, pero al menos ya le pude pagar los dos mil pesos a Juan Antonio en otra ida al Museo, pero no pude dejar el aporte voluntario

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