Todo
fue repentino, nadie lo esperaba, un misil, una bomba, un cohete, y,
¡¡BOOOUUMMM!! En unas horas, las potencias, los estados, todos los
cimientos ultra grotescos de la
civilización se fueron al carajo. Ahora, no queda nada, ni hombres, ni mujeres,
nada ¡nada!, solo hay mutantes, vestigios enfermos sedientos de muerte que se
arrastran por lo que fueron las grandes ciudades de la antigua humanidad. Todos
nos preguntamos qué maldición cayó sobre nosotros, nos lo preguntamos cuando a
cada minuto sentimos una nueva yaga, un nuevo tumor, nos lo preguntamos cuando
nuestros labios deformados caen a pedazos buscando en el polvo, una gota de
agua, alguna lagrima olvidada en este mundo sin gracia. Esto pasaría, era
claro, los abrazos fallaron, las ideologías fallaron, los estados fallaron,
todos fallamos. La gente se decía cosas, se juraba fraternidad, y al final, una
tumba, una cárcel, un arma, una mueca de odio.
Verás
lo que digo, una tarde de viernes salía de mi trabajo, cansado, asqueado, con
el asco que da ver a demasiada gente, a demasiada humanidad. Cerca de mi barrio,
a la orilla de un rio, hallé una pistola, un calibre 38, seis tiros. Tenía la
intención de entregársela a la policía, en ese entonces aun creía en la idea de
ser buen ciudadano. Al llegar a mi casa, me dirigí al cuartucho del tedio, del
matrimonio, era raro, se escuchaban aullidos, era como escuchar los gemidos en
coro de Esperanza Gómez y el Nacho Vidal. Me palpitaba la frente, sudaba,
enrojecía. Abrí la puerta, ¡horrible espectáculo! Mi esposa estaba gozando con
otro tipo, no me importó mucho, sabía que eso pasaría, pero me enfureció el
hecho de que lo estaba haciendo frente a los niños, no pude evitarlo, saqué el
arma, quise asustarlos, pero estaba cargada, la vacié por completo, ¡bang!;
¡pam, pam, pam, pam, pam!, Seeeee, ffff,
seis tiros, a mi mujer le pegue cinco, al tipo uno.
Estuve
en la prisión dos años, conocí a buenos tipos, entre ellos a Mala Madre. Les
caí bien a los guardias, me regalaban cigarrillos, marihuana y hasta comida
extra. Una noche navideña, de esas tantas en que la gente finge quererse
mutuamente, vino a mi celda el guardia Peralta, me regaló un Marlboro y me
dijo, << Hombe Demetrio, jaja, que, ¿nos abrimos del parche o qué?
>>, Peralta añadió que él, los otros guardias y el cacique de patio,
consideraron que yo no debía estar ahí. Esa misma noche, Mala Madre, el cacique
y yo, nos fugamos por un túnel que daba a una vivienda cercana, fue rápido,
discreto, calculado. Al otro día, los medios mencionaron la fuga, apareció la
foto del cacique, de Mala Madre, pero no la mía, a nadie le importaba, a nadie
le e importado. Matar a dos personas no era gran cosa, no había sirco,
espectáculo, drama. Seeeee, en realidad, no nos aterrorizan los actos
destructores de la gente, lo que nos espanta en verdad, es el monstruo que
somos, o que podemos ser, al verlo reflejado en nuestros semejantes.
Tras
la fuga, me fui a vivir al barrio más pobre de la ciudad, me deje crecer la
barba y el cabello. Allí, por primera vez en mi vida, conocí a la Belleza,
fértil, luminosa, perfumada por dioses inmortales. Era una chica de unos 27
años, ciega de nacimiento, era bella en verdad, no juzgaba, no despreciaba,
veía a las almas sin miedo ni reparo. Pero la Belleza perece pronto, tras
cuatro años de vivir juntos, ella enfermó, cáncer terminal, hice lo que pude,
robé dinero, conseguí a los mejores médicos, hasta me volví religioso, pero los
dioses de todas las religiones me escupieron en la cara. Mi compañera murió,
sombría, consumida, desesperada. Seee, fff, hasta este cigarro lo sabe, el
pasado es horrible, también el presente, la vida, el hombre, el tiempo, una
crucifixión eterna que se desgarra sin sentido, sin misericordia.
Me gusta tu cuento Edison!
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