Por Claudia Margarita Yepes Huertas
Tan sólo estaba allí escudriñando su futuro en esa bolsa de basura repudiada por
muchos y añorada por él, encontraría en ella comida para llenar el vacío de su
cuerpo, pero su alma necesitaba mucho más. Era un martes en la mañana día en
que habitualmente pasa el carro de la basura en mi barrio. Raúl no perdía la
esperanza tal vez las personas que él llamaba afortunados habrían botado algo
valioso, buscaba con impaciencia en su despensa porque sabía que competía con
el carro de la basura y este podría arrebatar su tesoro, empezó a sacar muchas
cosas que había tenido hace mucho tiempo y ahora hacían parte de sus recuerdos,
todo era curioso para él, había ropa, papeles, juguetes y lo que más anhelaba
desechos de comida.
En esa esquina de barrio donde siempre botaban la basura, se formaba un pequeño
universo de elementos con historia y olvidados para siempre por sus amos,
confinados al carro de la basura o recuperados en el costal de Raúl, él era consciente
del problema de la contaminación y por eso ayudaba en algo, llevando las cosas que
le eran útiles; cada vez que abría una bolsa depositaba allí sus ilusiones y pensaba
en las personas que la habían dejado en aquel botadero, imaginaba todo lo que
podían tener, para Raúl era importante tener las cosas necesarias para vivir, era feliz
en cada búsqueda siempre encontraba algo importante para él, cada bolsa era un
mundo diferente.
Un día decidió caminar hacia otros lugares de la cuidad muy lejos de Suba para
aventurarse por universos diferentes, llegó en otra mañana de martes a un barrio
muy pobre encontró muchas esquinas convertidas en botaderos, cuando llegó a uno
de ellos, se sorprendió mucho, no era el único que luchaba con el carro de basura,
habían llegado muchas personas, familias enteras, niños, ancianos, todos con la
misma ilusión, se sintió muy triste y decidió seguir en su camino, navegar en ese mar
de añoranzas y sumergirse en sus sueños. Fin
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