Noche fría. Los grandes ventanales de marco antiguo, empañados, dan la sensación de una
lluvia tenue y silenciosa.
Él abre la puerta y se asoma, de inmediato siente el cambio súbito de temperatura, como un
impacto, una bofetada de la intemperie; con la ayuda de la luz amarilla emanando del alto
poste de energía, observa hipnotizado como la niebla desciende. A lo lejos escucha un sonido
largo, agudo, un chiflo, es el anuncio del vigilante independiente que declara al barrio, a los
que pagan seguridad y a los que no, que la vigilancia nocturna ha comenzado; se queda
inmóvil por un instante tratando de ubicar su recorrido, por entre la cuadricula de su suburbio
clase media, hasta que el hielo de montaña penetra sus huesos.
Cierra la puerta, al girar se encuentra con una oscuridad espectral, siente que el fondo de la
sala es un agujero negro que lo absorbe, trata de aferrarse a la cerradura con todas sus
fuerzas; escucha de nuevo el chiflo ahora más cercano, casi al otro lado de la puerta, el
vigilante se encuentra justo ahí, recostado en el poste; grita hasta el límite de sus cuerdas
vocales, grita el nombre del vigilante, este se acerca presuroso, su fuerza descomunal de
hombre del ártico rompe fácilmente la puerta; él, que estaba aferrado de la cerradura se
suelta, siendo arrastrado.
En este punto la adrenalina ha fluido tan rápidamente al corazón del escritor, que ha estallado,
vigilante no ha podido salvarlo, ha caído en ese profundo agujero negro que no tiene salida.
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