Por Sergio Luis Arango Montes.
Es el cuarto en este mes, decía trémulamente mientras secaba el sudor de su frente, pero es
el primero que encontramos, bueno… Lo primero que encontramos de alguno de ellos.
El día avanzaba, lentamente el sol comenzaba a ponerse en el horizonte, la rústica choza en
la cual se encontraban reunidos era un viejo bar, ahora olvidado en medio de las montañas,
¡la mina está maldita!, dijo la vieja encargada, que por esos días a penas y se podía contener,
el terror la consumía cada tarde un poco más, será mejor que se larguen si no quieren ser
pellejo en la mañana, ¡maldición vieja deja las supersticiones!, dijo Oracio, un hombre
curtido por los años y el duro trabajo de montaña, terminemos nuestra tarea antes del
anochecer y volvamos a beber un trago, dijo José tranquilamente.
Me tiene arto esa vieja, sus cuentos de fantasmas son una molestia, yo solo vine aquí para
saber que pasó con los mineros, refunfuñaba Oracio mientras se adentraban en el bosque, el
sujeto que encontramos… Bueno lo que quedaba de él, ¿qué le habrá pasado?, déjate de
tonterías José, ¿acaso le estás prestando atención a los cuentos de esa vieja?, claro que no, es
muy extraño y tú lo sabes Oracio.
Adentrados en el bosque, no se percataron de la oscuridad, el sol se había puesto, ahora en
cercanías a la mina, separados el uno del otro a penas y podían escucharse. Una extraña
bruma surgía de la nada, densa, helada, ¡Ah¡, el desgarrador grito de su amigo, ¡Oracio!
Pensó, rápidamente corrió al lugar donde lo había visto por última vez, al llegar, no lo podía
creer, sangre en todas partes, sus vestiduras desgarradas, solo piel y huesos quedaban de él,
no es posible se dijo José, una débil brisa le hizo saber que debía huir, corría rápidamente en
medio de la oscuridad, las ramas de los arbustos le cortaban la piel en su desenfreno, un olor
pútrido comenzaba a reinar, mientras le seguían frenéticos pasos, y un rugido fantasmal
perforaba sus oídos, su frenética carrera le hizo tropezar y caer, entonces se sintió pesado,
mucho más de lo normal, y un agudo dolor le hizo perder la conciencia.
Lo encontramos en la carretera, explicaba el grupo de personas al doctor. Sus heridas son
graves, pero está fuera de peligro, sin embargo no me explico cómo pudo perder toda la piel
y parte de la carne de su espalda, decía claramente horrorizado el doctor del paciente 345-3
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