Estoy
escribiendo esto después de estar noqueado por no sé cuántos días, encerrado en
mi habitación que parece ser el único lugar seguro de la ciudad. La alarma de
un auto suena en el parqueadero de al lado y al ritmo de ese sonido estresante,
van acompañados los latidos de mi corazón. No sé cuánto tiempo llevo aquí,
porque a pesar de que estoy redactando esto con un aparato electrónico, todas
las redes de telecomunicaciones han caído, y con ello los relojes y
dispositivos de ubicación de todos los gadgets se han dañado. La casa es
grande, pero a estas alturas todos mis sentidos se han agudizado, puedo
escuchar cada sonido dentro de ella, como el que hizo ese perro al rasguñar la
puerta desesperado por escapar de ellos, o el ruido de la cabeza de ese
indigente al chocar contra una de las ventanas de la cafetería que tengo a
lado. Pero yo no he salido. La única energía es la que utilizo para cargar mi
celular, en espera de una llamada que me diga que todo esto ha terminado, que
todo fue una pesadilla. La lluvia arrasa con todo otra vez, es lluvia ácida
después de las explosiones que ha habido en la ciudad, puedo verlo a través de
una hoyuelo de la pared pues la pintura barata escurre de uno de los edificios
que está cerca de mi casa. Con cautela bajo la mirada para observar el muñón que ahora es mi brazo, ellos me
cortaron una mano, pero no pudieron matarme, estoy orgulloso, a pesar de la
peste que desprendo. A veces siento que escucho las risas de mis amigos y
compañeros en la residencia, pero aunque sólo son espejismos, esta vez suena
todo tan claro... es el eco de una llave
abriendo la puerta principal y la voz de Andrés mi amigo mexicano quien
me llama por mi nombre. Sonrío. Ni siquiera sé porque sigo
escribiendo... De pronto escucho que golpean a mi puerta, tres veces, como lo
hacía Andrés, divertido, volteo y le digo que no me moleste más, que estoy
ocupado, y sigo escribiendo, Andrés grita desesperado, ¿mi paranoia ha llegado
a tanto? tengo que descubrirlo y abrir,
espero que me disculpen...
El idiota abrió la puerta. Creyó que lo mejor era esconderse, cuando,
no, lo mejor era unirse a ellos. Debieron haber visto su cara cuando vio El Símbolo
en mi camisa, la cicatriz en mi rostro, y después la navaja... nunca me sentí más
vivo. Lástima que él no lo esté. La sangre escurre en mis dedos sobre la pantalla táctil, sus órganos servirán ahora para algo más que
pudrirse en esta habitación asquerosa. He visto ratas en la casa, ellas se
encargarán del resto. ¡Qué estúpido! Escribiendo hasta el último momento...
Creyó que se estaba volviendo loco, que todo era una alucinación. Ojalá fuera
así, pero no, somos reales y pronto esto será real para ti, que lees esto
también. No podía dejar su historia inconclusa, los nuestros se divertirán leyendo
como fue que terminó todo, “el escritor sin mano”. Suena bien, pero esto no acaba aquí, esto apenas
empieza... y ya vamos por ti. Es tu muerte, o la mía.
Andrés
Noguera
Falto la firma de la carta:
ResponderEliminarAndrés Noguera
11/08/16
Excelente cuento. Me transportó al contexto y me intrigo: ¿Quiénes son ellos? ¿Qué pasaba afuera de la casa?. Me encantó.
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