Llevaba tiempo mirando una bola de pelo de su gato cuando
Pablo se dio cuenta de que alguien, o más bien algo, lo estaba reprendiendo
intensamente. – ¿Acaso no piensas hacer nada? Estamos a punto de colisionar
contra un planeta y tú estás ahí, plantado mirando a la nada–. Fue allí donde
Pablo notó que se encontraba en una especie de submarino en forma de triángulo,
y para rematar, la máquina estaba a punto de colapsar. – ¿Pero qué hago?–. En
un abrir y cerrar de ojos unos tentáculos se le acercaron y le dieron un
apretón en los hombros. –Tenemos que salvar la información de Tehalak, el
planeta que está en peligro. Si chocamos, todo lo que hemos descubierto habrá
sido en vano–dijo Cratis, su único acompañante. Pablo entrecerró los ojos y,
con una confianza no muy común en él, tomo el volante y empezó a maniobrar la
extraña nave. La tensión era palpable, se tenían que salvar. Cuando estaban
casi rozando el planeta, el cual parecía más un cilindro de metal, una alarma
empezó a sonar dando alerta de lo cerca que estaban de estrellarse. – ¡Pablo!–.
Tenían que sobrevivir y lo iban a lograr, era lo que el chico se decía para
darse ánimos. – ¡Pablo! ¡PABLO, VEN YA A CENAR!–. Pablo se incorporó y cerró el
libro que tenía en sus manos, bajó a la sala y se sentó con su familia. Cuando
estaban sirviendo se rió en voz baja incrédulo a lo que había acabado de
experimentar, percatándose del poder que tenían las letras en él.
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