Por Santiago Bedoya Rios
“Por supuesto, son las 12:02 a.m.” Fue el susurro que emití con el fin de mantener
la ubicación temporal. Lo único que vino a mi mente fue despojarme de mi calzado
y permitir que mis pies descansaran, que se renovaran, que interactuaran con el
vaivén del agua. La envidia era de esperarse. Mis oídos empezaron a deleitarse
cada vez más con el viento y con aquellos sonidos generados por la diversión de
unos cuantos rebotando como si estuviesen compitiendo en una justa de salto alto.
Mis ojos no contaron con la misma suerte. El desespero de ellos era inmensurable.
Las pupilas se dilataban hasta alcanzar un diámetro que jamás habían
experimentado. Por un buen rato, me regocijé con la impotencia de éstos cada vez
que percibían a mis pies y a mis oídos gozando.
La divergencia de sensaciones era algo extraordinario. Mis pies, hasta la mitad de
las pantorrillas, disfrutaban del agua subiendo y bajando; mis oídos cada vez
prestaban más atención a lo que sucedía, pero mis ojos… mis ojos querían saltar
de mis cuencas y huir. Lo que no sabían era que estaban mirando en la dirección
equívoca, pero esto no dependía de ellos únicamente, tenían que ponerse de
acuerdo con cada célula de mi cuerpo para encontrar el éxtasis que tanto
anhelaban. Era hora, suficiente sufrimiento estaban soportando. Todo mi cuerpo
pasó de ser cargado por las piernas, a reposar sobre mi espalda, permitiendo una
mirada hacia algo tan inmenso que realmente nunca terminé de ver. De inmediato,
mis ojos quedaron paralizados. La sensación era inigualable. Miles, millones de
focos de luz antigua causaron que el resto del ambiente desapareciera. Unos
parpadeaban más que otros, algunos tenían un brillo estático, y ni que decir de
aquellos que atravesaban la esfera celeste como si huyesen de la más ardua
persecución.
Allí, el tiempo se posó en conjunto con mi vista a admirar tal espectáculo que la
naturaleza brindaba. Fue tanta la emoción, que luego de muchos intentos errados,
pude arrebatar mis ojos de tal show y redirigirlos una vez más a mi mano izquierda
en búsqueda del reloj. Pude percatarme que el tiempo seguía anonadado en el cielo,
pues eran las 12:02 a.m.
La mejor forma de describir una noche estrellada :3
ResponderEliminarme parece muy bien interpretado tu cuento y muy bien escrito esa velada es estupenda y las armas (palabras) que utilizaste para escribir tu cuento son excelentes me hubiera gustado (aunque asi esta bien) era que lo alargaras mas ya que cuando uno termina le gustaria seguir leyendo mas, pero ya no sigue...... aunque muy bien te felicito
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¡Muy bueno! bien hecho.
ResponderEliminarContemplar las estrellas, las manera más sútil de entender que el fluir del tiempo es relativo.
Que buen cuento, fue fascinante...
ResponderEliminarQue buen cuento ! Es encantadora la forma en que detallas todo !
ResponderEliminarMuy bueno :D