El
torbellino de agitados pensamientos aumentaba. El pavor de su soñar al errático
pálpito de su corazón alimentaba. Su cordura en un delgado hilo se
balanceaba...
Las
salinas gotas de sudor se deslizaban sobre sus sienes al intentar escapar de la
red en que se habían convertido las sábanas. Las imágenes surrealistas habían
esbozado en su mente sus más grisáceos temores, intercambiando por horrores sus
más diáfanas ilusiones.
Abriendo
sus párpados e intentando captar alguna luminosidad existente, o por lo menos,
un atisbo de realidad del cual aferrarse, Elena observó el reloj de noche, el
cual en sus números rojos indicaron las 2:43 de la madrugada.
Después
de constantes intentos, logró repantigarse sobre la cama con debilidad,
inhalando grandes bocanadas de aire para recuperar la tranquilidad. La
oscuridad reinaba en el ambiente, las frágiles luces del exterior se filtraban
a través del cristal de las ventanas, iluminando su silueta envuelta por la
blanca tela de las sábanas. Inclinó su cabeza hacia atrás hasta apoyarla sobre
el cabecero de la cama, cerrando sus párpados por un instante.
En
medio del silencio, un débil chasquido revivió su intranquilidad, un golpeteo
que aumentaba su frecuencia y proximidad. Agudizó su vista al observar cada
resquicio de su habitación, deteniéndose involuntariamente en la figura que
avanzaba en su dirección.
El
hálito de la vida misma se congeló. Su corazón desbocado ahogaba la voz de
alerta que florecía en su interior. Ante la presencia que se acercaba, su
cuerpo se paralizó, aunque su mirada no abandonó la figura inhumana.
Su mirada -aún confusa por
la falta de luz- se situó casi voluntariamente sobre la sombra que ahora le
observaba con fijeza bajo el umbral de la puerta. Cerrando sus párpados con
fuerza sintió como su cuerpo reaccionaba ante un grito sin sonido que
desgarraba su garganta, despertando sus músculos entumecidos por el temor.
Al abrir sus ojos
nuevamente, encendió la lámpara situada sobre la mesa de noche, confirmando que
era la única presencia en el lugar. Giró su cabeza hasta encontrar el reloj,
observando esta vez cómo los números rojos dibujaban las 2:47 de la madrugada.
Inclinó su cabeza hacia
adelante al tiempo que cerraba sus párpados, sintiendo como una delgada línea
de sudor se deslizaba libremente por su rostro. Interrumpió el delicado
descenso de la salina gota con la yema de sus dedos, advirtiendo cómo el
pálpito de su corazón se agitaba una vez más, la luz de la lámpara se
debilitaba, y el débil chasquido de instantes recientes se acercaba...
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