lunes, 14 de marzo de 2016

DÉJÀ VU

Por  Sara Delgado Vasquez

El torbellino de agitados pensamientos aumentaba. El pavor de su soñar al errático pálpito de su corazón alimentaba. Su cordura en un delgado hilo se balanceaba...
Las salinas gotas de sudor se deslizaban sobre sus sienes al intentar escapar de la red en que se habían convertido las sábanas. Las imágenes surrealistas habían esbozado en su mente sus más grisáceos temores, intercambiando por horrores sus más diáfanas ilusiones.
Abriendo sus párpados e intentando captar alguna luminosidad existente, o por lo menos, un atisbo de realidad del cual aferrarse, Elena observó el reloj de noche, el cual en sus números rojos indicaron las 2:43 de la madrugada.
Después de constantes intentos, logró repantigarse sobre la cama con debilidad, inhalando grandes bocanadas de aire para recuperar la tranquilidad. La oscuridad reinaba en el ambiente, las frágiles luces del exterior se filtraban a través del cristal de las ventanas, iluminando su silueta envuelta por la blanca tela de las sábanas. Inclinó su cabeza hacia atrás hasta apoyarla sobre el cabecero de la cama, cerrando sus párpados por un instante.
En medio del silencio, un débil chasquido revivió su intranquilidad, un golpeteo que aumentaba su frecuencia y proximidad. Agudizó su vista al observar cada resquicio de su habitación, deteniéndose involuntariamente en la figura que avanzaba en su dirección.
El hálito de la vida misma se congeló. Su corazón desbocado ahogaba la voz de alerta que florecía en su interior. Ante la presencia que se acercaba, su cuerpo se paralizó, aunque su mirada no abandonó la figura inhumana.
Su mirada -aún confusa por la falta de luz- se situó casi voluntariamente sobre la sombra que ahora le observaba con fijeza bajo el umbral de la puerta. Cerrando sus párpados con fuerza sintió como su cuerpo reaccionaba ante un grito sin sonido que desgarraba su garganta, despertando sus músculos entumecidos por el temor. 
Al abrir sus ojos nuevamente, encendió la lámpara situada sobre la mesa de noche, confirmando que era la única presencia en el lugar. Giró su cabeza hasta encontrar el reloj, observando esta vez cómo los números rojos dibujaban las 2:47 de la madrugada.

Inclinó su cabeza hacia adelante al tiempo que cerraba sus párpados, sintiendo como una delgada línea de sudor se deslizaba libremente por su rostro. Interrumpió el delicado descenso de la salina gota con la yema de sus dedos, advirtiendo cómo el pálpito de su corazón se agitaba una vez más, la luz de la lámpara se debilitaba, y el débil chasquido de instantes recientes se acercaba...

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