Hacía
mucho tiempo que nadie cruzaba el rio. Mi abuelo me contó que cuando la
compañía llego, construyo dos campamentos, una en cada orilla del gran rio. Ellos
decían que era para el progreso. Mi abuelo sabía que no tenía sentido, en algún
momento el rio conquistara la tierra de nuevo, es su dueño: “venimos del agua y
al agua volveremos” decía.
Cuando
mirábamos a la otra orilla, solo veíamos el humo negro de las plantas diésel
que iluminaban el otro pueblo. Era curioso como las formas del humo negro de la
otra orilla eran iguales a las de nuestra planta, el amarillo de la luz era el
mismo. Al principio hacíamos bromas, pero comenzaron los rumores: que había un
botón central, que Dios protegía a los hombres de la selva con la luz en la
noche, que era el reflejo de nuestro pueblo en el agua.
En
la escuela hacíamos planes para cruzar la orilla, lo soñamos muchas veces,
hasta que los profesores nos hicieron temer la otra orilla.
Un
invierno, las lluvias no paraban, los viejos sonreían, el corazón de mi abuelo
sabía que se cumpliría la profecía: “venimos del agua y al agua volveremos”. El
agua subía y mi abuelo nos hizo ir al embarcadero para traer su vieja chalupa,
la había estado reparando en los últimos meses. A propósito, mi nombre es
Neptuno Díaz, como el dios de las aguas.
Trajimos
la chalupa y mi abuelo nos dijo que remáramos aguas abajo sin mirar atrás, que él
se quedaría cumpliendo su destino. No queríamos irnos, pero él nos empujó, y
comenzamos a remar con tristeza y con miedo. Apenas amaneció, el rio se había
tranquilizado y veíamos la orilla de un pueblo más grande que el nuestro, lloramos
por lo que habíamos dejado. Cuando llegamos, el embarcadero estaba lleno de
chalupas como las nuestras, con jóvenes y niños. Nos llevaron a un enorme galpón,
donde anotaron nuestros nombres. Nos sentamos y dormimos un rato, escuche mi
nombre: ”Neptuno Díaz, Neptuno Díaz”. Fui al escritorio, otro hombre se hizo
detrás de mí, parecía de mi estatura. El funcionario del escritorio nos mira y
nos pregunta, de donde vienen: yo respondo “del primer campamento de la orilla
derecha”, y usted amigo: “vengo del segundo campamento de la orilla izquierda”.
Lo miro asustado, su voz y sus manos son como las mías, soy yo, volteo la
cabeza para mirar al funcionario y era igual a nosotros. Al otro día desperté
con fiebre en una cama, en mi nuevo hogar, no sé qué paso con los otros
Neptunos, no quiero saberlo, nunca iré a la otra orilla.
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