Por Esteban Gómez Cifuentes
Cierro mis ojos y escucho los aleteos. Lo sé. Lo noto. Miles
de ellas vuelan sobre mí en la oscuridad.
Estas termitas no me dejan dormir. Corroen mi mente al
igual que la madera que tanto desean. Me arrastran a la locura cada mañana y
dejan miles de alas dispersas por toda la habitación.
Cuerpos ausentes. Alas sin dueño que se acumulan
abandonadas a su suerte como todas esas ilusiones que tuve de pequeño. Tantas
esperanzas, tantas oportunidades que ahora yacen en el fondo de mi cabeza como
lo hacen todas esas alas en el piso.
No quiero prender la luz. En la oscuridad oigo el aleteo,
sin embargo, no deseo ver las termitas que me privan de mi sueño. No quiero
tener más fantasmas en mis pesadillas, sombras de todas esas quimeras rotas…
¡No! ¡No debo pensar de esa forma! Debo creer que hay un
mañana lleno de nuevas esperanzas, un futuro donde no hay alas esparcidas en mi
habitación.
Es tiempo de crear un nuevo amanecer. ¡Uno bueno! Un
mañana repleto de riesgos que estoy dispuesto a afrontar. Un futuro en el que
estoy preparado para soñar.
¡Sí! Eso es lo que haré. Y debo empezar a construirlo
ahora mismo.
Me levanto y prendo la luz. Los aleteos cesan y no hay
terminas a la vista. Mis miedos se han ido. Finalmente puedo encontrar la paz.
Y mientras apago la luz no me percato de la cucaracha que
me observa satisfecha desde la pared.
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