Por John Sebastian Pantoja Gamboa
El
cielo de un color rojo perlado con destellos amarillos, da cuenta de un paisaje
tranquilo y hermoso, el aire calmo de una suave brisa, tan delicado como el
abrazo de un niño, relaja a Yawar, mientras sigue recorriendo las montañas Caliginosas,
legendarias y enigmáticas donde se dice que decenas de personas han muerto
llevando a cabo expediciones y donde el premio son las profundas cuevas que
entre los laberintos se esconden y contienen misteriosas historias de fortunas perdidas.
Yawar
comienza a recordar las historias para llegar a las montañas, le indicaban que el sendero consta de cuatro etapas, cada
una más peligrosa que la anterior, la primera y aparentemente sencilla se
realiza en un Kosu, que son enormes coches provistos
con seis llantas que permiten sortear terrenos fangosos y se pueden convertir a
barcos para atravesar las ciénagas, estos parten desde Ambrig un pueblo ubicado
en los pantanos al norte y termina en Salsat la última aldea a la que se puede
acceder en transporte convencional.
Salsat
es habitado por una tribu llamada los Ukucha de quienes se cuenta que son
fieros al momento de defender su territorio a tal punto que a los capturados
que se presentan a este territorio sin permiso, el castigo no es otro que la
muerte, la cual se produce tras el mayor dolor y agonía posibles, así
demuestran que están dispuestos a todo por sus costumbres aisladas.
Una
vez en Salsat y al bajarse del Kosu,
Yawar recuerda que un extraño viento llegaba directamente a su rostro, como si
entrara a la boca de un depredador, pero se sorprendía de ver lo hermoso que este
era por dentro, la lengua era una plataforma azul celeste adornada con flores
blancas de tallos rojos y el techo dorado con destellos magentas, además habían
criptogramas tallados alrededor que inducían una línea cronológica, era curioso
que dichos criptogramas descendían en una especie de espiral la cual no
terminaba y se perdía en la garganta del animal, les preguntó por los tallados a
los Ukucha pero estos al contestar decían palabras que Yawar no entendía porque
se disolvían en un tornado difuminándose a lo lejos en las húmedas encías del
animal, de pronto su exaltación llego al clímax sintió que su cuerpo lo
desposeía y se alejaba acelerándose a una velocidad vertiginosa.
Yawar
abrió los ojos y vio un cielo azul perlado con destellos amarillos y a su tío Yanapaqi
de rodillas frente a él diciéndole que
por fin habían llegado a las montañas Caliginosas.
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