Es curioso, ¿sabe? Uno piensa que esos
enamoramientos de la infancia son tan relevantes como esos besos efímeros en
las fiestas adolecentes. Yo habría esperado, como mínimo, una típica decepción
que terminaría en un viaje por helado de chocolate a la tienda, y hasta ahí; la
pendejada pasaría, y la vida seguiría como si no hubiera sido mayor cosa. Pero
la vida tiene que darnos donde más nos duele, ¿cierto? Como buena madre, nos
recuerda nuestros errores hasta la muerte, por más cansados y viejos que nos
pongamos. Aunque, para ser sincera, como buen ser humano, no pude evitar caer
en la dulce tentación del masoquismo. Se podría pensar que, siendo un niño
enamorado, las estupideces no tendrían comparación con las que haría un adulto
en la misma situación. Lastimosamente, mi alma se había perdido rápidamente
entre unos cabellos negros y una piel blanca, como la arena que se entraba por
mis dedos.
Por un momento, creí ver la perfección retratada en
esa inocente cara suya de 8 años. Nunca imaginé que mi primer fracaso me
perseguiría en forma de un color.
Naturalmente, por más que supiera la imposibilidad
de que se fijara en mí, era inevitable no apreciarlo en la lejanía. Su belleza
era directamente proporcional a su edad: mientras más años tuviera, más bueno
se ponía. Yo, en cambio, no funcionaba con esa regla. Mi belleza se encontraba
inmersa debajo de todos esas hormonas y granos de la pubertad. Aun así, de vez
en cuando resplandecía cuando menos se necesitaba, obviamente. La hermosa
ironía.
No lo veía mucho, y apenas hablaba con usted. No
obstante, su recuerdo siempre permanecerá como el que definió lo que sería mi
inclinación sexual. Debería sentirse importante, no cualquiera logra hacerlo a
la edad en que usted lo hizo. Pero, dígame una cosa, ¿por qué, entre todas las
cosas que podía hacer la vida, escogió su color de cabello y lo transformó en
mi estigma personal? ¿ah? ¿Por qué no puedo fijarme en otra cosa que no sea un
cabello negro y una piel blanca? ¿Por qué resplandecen mis ojos cada vez que
veo por encima de mis ojos, una cabellera negra en el cuerpo de un hombre que
no es usted? ¡Es una terrible maldición! Un fetiche extraño que me hace pensar
todas esas cosas que le quisiera hacer a usted… unas dulces caricias, con mis
manos, con mi boca, besarlo hasta quedarme sin aire, hacerlo todo mío.
Pero usted y yo sabemos que todo eso se queda en la
ficción de mí mente, y no pasará de una simple sonrisa, y tal vez un corto contacto
visual; sí, la cobardía sobrepasa mis deseos. Dígame patética, pero le confieso
que, me siento satisfecha con mis acontecimientos ¿Por qué? Muy fácil. Me basta
con pensar que, si no lo tengo a usted, al menos tendré una buena compañía; el
negro. Siempre será el negro.
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