Cuando el joven Faust fue condenado a morar
en el infierno por su escepticismo religioso, decidió afrontar sus castigos con
la misma frialdad racional que en vida lo había caracterizado. En el infierno,
él era el único que parecía no sufrir, no lamentarse, no torturarse
interiormente por aquel pasado que lo había arrojado allí.
Ante la inminente perdición espiritual que
afrontaba la humanidad, el Ser Supremo pacto con el Demonio un acuerdo en el
cual, quienes habían sido sentenciados por su incredulidad, deberían retornar a
la tierra en su forma fantasmal para convencer a las personas del destino que
sus pecados les depararía. Fue así como Faust regreso a una realidad muy
diferente a la que había experimentado tiempo atrás.
Para ser merecedor de la misteriosa
recompensa prometida a quienes salvaran almas, Faust opto por abrir
conferencias dirigidas a los jóvenes pues creía era el camino lógico hacia el
éxito, mas pronto se hizo visible que su plan no era infalible y se vio
sometido a la más intensa frustración.
Un buen día, en el cual Faust había
decidido viajar para liberar su mente, conoció a Pauline Frontier, aquella
mujer de indescriptible belleza y dulzura cautivadora se convirtió con el paso
del tiempo en su centro de atención. En ella se compendiaban sus más grandes
sentimientos y pasiones. Faust se entregó sinceramente a Pauline para vivir
junto a ella esa historia de amor que en su anterior estancia en la tierra le
había sido negada.
Un día antes de que Faust pidiera la mano
de Pauline, el Ser Supremo retiró a cada fantasma de entre los humanos y como premio
por sus esfuerzos les otorgó un lugar en el paraíso. Estando allí, tras cada
amanecer, Faust se dedicaba a escribir versos a su amada y se retiraba en
soledad para buscar recordarla. Los demás bienaventurados creían que él sufría
algún tipo de demencia al verlo afligido en aquella eterna gloria o que los
pecados de su vida pasada aún lo atormentaban. Lo cierto es que Faust fue
condenado a vivir alejado de Pauline, sus cuidados, sus abrazos, su mágica sonrisa
y sus besos sabor a miel.
Cuando la joven Pauline Frontier falleció,
dicen que Faust sonrió y el paraíso finalmente se completó —al menos para él.
Excelente, que buena redacción
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