Por Sara Ángel García
Él
la miraba fijamente, ella no se percataba de aquella mirada penetrante. De
repente, el tren se detuvo, las puertas se abrieron y ella salió, perdiéndose
lentamente entre la multitud.
Todas
las mañanas de los últimos ocho meses, a las 7:00 a.m., Gerard tomaba el tren
RER[1] de
la línea A en la estación Lyon, no para ir a trabajar ni hacer ninguna
diligencia, sino únicamente para verla a ella, la mujer de ojos azules y
cabello rojo. Pero esa mañana parecía diferente, se podía percibir cierta complicidad
en el aire.
El
tren se detuvo bruscamente y ella se fue de bruces contra el suelo, pero antes
de que pudiera siquiera tocarlo Gerard la alcanzó y la levantó, sosteniéndola
sobre su pecho. Ella le miró sonrojada
¡Merci!-
dijo con una voz dulce, erizando la piel de su valiente héroe.
En
aquel instante parecía que la lengua de Gerard abandonaba su boca y simplemente
se alejó, regalando a su doncella nada más que una leve sonrisa.
Gerard
no volvió a tomar el tren de la estación Lyon.
Unos
años más tarde el destino lo tenía nuevamente en aquella estación del
ferrocarril que tanto le había marcado, y entonces la vio, tal como la
recordaba, solo que esta vez no viajaba sola, estaba acompañada de un hombre
que sostenía su mano firmemente y la miraba con ojos llenos de amor, y de un
niño de ojos azules y cabello rojizo que la abrazaba y le sonreía.
Ella
lo descubrió mirándola y por un instante su rostro se le hizo familiar, entonces
le sonrió. Él le correspondió con una sonrisa que albergaba un hálito de
nostalgia, pensando qué pudo haber pasado si aquella mañana de abril se hubiera
decidido a hablarle.
Gerard
se bajó del convoy y lo observó mientras se alejaba. Allí iba su amor del tren,
a quien quizá jamás volvería a ver. Fue
inmensamente feliz. Nunca supo su nombre, pero siempre la recordaría como su Train Damsel.
No hay comentarios:
Publicar un comentario