El detective estaba confundido, se desplaza de un
lado a otro, mira cada cuarto, pared, cada rincón de la casa es minuciosamente
inspeccionado; su cabeza estaba inmersa en dudas, llena de tantas
preguntas e incógnitas, tormentas que
revuelan en cada una de sus neuronas; finalmente empezó a murmurar sonidos,
hallazgos que solo su compañero el inspector francés podía escuchar:--no pretende
ser un ladrón ordinario aunque siempre cometen errores, pero la seguridad que
se presentaba en aquel entonces ameritaba cualquier intento de siquiera un
pensamiento cleptómano o antojo mismo. En realidad el haber robado los
diamantes del gobernador en esas circunstancias era un hazaña, como alguien
pudo escalar los altos muros pasando por las alambradas de púas, por las pesadas verjas de las ventanas (aunque no hay
pruebas de que estas estuviesen
cerradas), entrar desde la calle con tal
rapidez, llegar al patio trasero, ascender
por la ventana y pasar
desapercibido por la densa capa de guardias, escoltas, sirvientes y familiares
sin sospecha alguna…en cuestión de minutos, la simpleza del robo es terrorífica
pero lo que sin duda alguna me causan intriga son las inusuales marcas o garras
esparcidas en la pared principal; debió planear cada detalle con todo el rigor que
poseía. Inspector primero interrogaremos a los inadvertidos parientes más
cercanos al gobernador pues quien más podría saber la localización exacta de
las joyas--. Entonces un sirviente cruzó rápidamente la puerta, los sujetos lo
observaron de reojo y tan bien fueron velozmente a su captura, aquel bajo las
escaleras pero no en dirección de la puerta de salida sino a uno de los salones
junto al gran comedor precisamente donde se encontraba el gobernador; el detective
iba casi pisándole los talones en su huida, pero cuando entro al cuarto observó al sirviente correteando una de las mascotas
de la mansión. El gobernador miró al detective y dijo: --y bien, al fin ha
averiguado algo--, el detective tardo un rato en responder estaba sumergido en
aquellos ojos pardos de la figura obesa que estaba sentada en las piernas del
gobernador, inmerso en los ojos felinos que encerraban un oscuro secreto, unos
ojos que lo observaban como si estuviesen…sonriendo.
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