lunes, 14 de marzo de 2016

EL CASO

Por Carlos Julio Patarroyo Sanchez

El detective estaba confundido, se desplaza de un lado a otro, mira cada cuarto, pared, cada rincón de la casa es minuciosamente inspeccionado; su cabeza estaba inmersa en dudas, llena de tantas preguntas  e incógnitas, tormentas que revuelan en cada una de sus neuronas; finalmente empezó a murmurar sonidos, hallazgos que solo su compañero el inspector francés podía escuchar:--no pretende ser un ladrón ordinario aunque siempre cometen errores, pero la seguridad que se presentaba en aquel entonces ameritaba cualquier intento de siquiera un pensamiento cleptómano o antojo mismo. En realidad el haber robado los diamantes del gobernador en esas circunstancias era un hazaña, como alguien pudo escalar los altos muros pasando por las alambradas de púas, por las  pesadas verjas de las ventanas (aunque no hay pruebas  de que estas estuviesen cerradas),  entrar desde la calle con tal rapidez, llegar al patio trasero, ascender  por la ventana  y pasar desapercibido por la densa capa de guardias, escoltas, sirvientes y familiares sin sospecha alguna…en cuestión de minutos, la simpleza del robo es terrorífica pero lo que sin duda alguna me causan intriga son las inusuales marcas o garras esparcidas en la pared principal; debió  planear cada detalle con todo el rigor que poseía. Inspector primero interrogaremos a los inadvertidos parientes más cercanos al gobernador pues quien más podría saber la localización exacta de las joyas--. Entonces un sirviente cruzó rápidamente la puerta, los sujetos lo observaron de reojo y tan bien fueron velozmente a su captura, aquel bajo las escaleras pero no en dirección de la puerta de salida sino a uno de los salones junto al gran comedor precisamente donde se encontraba el gobernador; el detective iba casi pisándole los talones en su huida, pero cuando entro al cuarto observó  al sirviente correteando una de las mascotas de la mansión. El gobernador miró al detective y dijo: --y bien, al fin ha averiguado algo--, el detective tardo un rato en responder estaba sumergido en aquellos ojos pardos de la figura obesa que estaba sentada en las piernas del gobernador, inmerso en los ojos felinos que encerraban un oscuro secreto, unos ojos que lo observaban como si estuviesen…sonriendo.

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