lunes, 14 de marzo de 2016

PUNTERÍA COLOSAL

Por Carolina Montoya Giraldo

Eran las seis y treinta y cinco de la tarde, el cielo estaba revestido de ese azul particular que no tarda más de diez minutos en desvanecerse, y por la puerta principal de un edificio sin mucha gracia se asomaba él con un aire diferente al de cada día. Se trataba de un hombre alto y ciertamente moreno, que además de un maletín, cargaba con una presencia de potencial aún no explotado. Y es que tenía un conflicto declarado con esos conceptos contra los que había luchado históricamente el comunismo; era un radical admirador de la Revolución bolchevique, o bueno, radical dentro de lo que puede serse en un país latinoamericano con una historia política atravesada, en el sentido más visceral del término.

Tras el sonido que a sus espaldas le avisó que la puerta había cerrado correctamente, el hombre se acomodó el abrigo y cruzó la calle para caminar por la acera izquierda en coherencia con razones acordes a sus perturbaciones políticas; alzó su mirada y mientras parecía sonreírle a la luna, susurró:

 –Hoy sí, hoy es el día.

Se lo repitió una y otra vez durante los dieciocho minutos que le tomó llegar a casa con ese paso largo y esa postura orgullosa que llevaba; abrió sin dificultad la puerta y a cada movimiento iba tirando al suelo lo que llevaba encima, primero el maletín, luego el abrigo y, por último, justo en el umbral que daba al baño, la presencia nunca explotada. El hombre se detuvo a instancias del retrete, bajó su pantalón hasta dejarlo a la vista, lo tomó con su mano izquierda y, tras una sonrisa de medio lado, apuntó con decisión.
Sería la primera vez que orinaría sin salpicar.


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