LA VENDA

Por Juan Carlos Ortiz

No sé cuánto tiempo llevo en este lugar tan frío y putrefacto, no puedo ni detallarlo por la venda. No sé quién me trajo, ni por qué. No logro reconocer la voz que escucho hablarme, es tan familiar.

El hombre que me habla a veces me trae comida deliciosa con toque hogareño, y en otras ocasiones me hace probar cosas “diferentes”; incluso, en una ocasión me hizo comer lo que yo supongo eran lombrices… vivas. ¿Por qué me pasa esto a mí?, siempre he sido una niña buena, me llevo muy bien con todo el mundo, o eso creo. ¡Acaba de llegar! ¡Lo escucho!

- ¡Ayuda!

- Ya debes saber que nadie te va a escuchar en kilómetros

- ¿Por qué haces esto?…  Quítame la venda…

- Si te la quito, tendré que atarte las manos y no podrás comer, tendré que darte la comida yo mismo. No quiero bebes

- ¿Por qué?...

- No seas niña mala, la curiosidad mató al gato.

- Prefiero morir sabiendo.

- Pobrecita… Todavía me debes algo, mocosa.

Más tarde, esta vez sin estar atada a la silla, me encuentro en el suelo llorando en posición fetal. Antes me había hecho probar cosas “diferentes”, pero nunca como esta. Estoy desatada, pero es poco lo que mi trauma me deja mover. Logro quitarme la venda, abro los ojos, no veo nada, ¡no veo!… ¡Matar o morir!… Sale una pequeña sonrisa de mi rostro y me pongo en pie.

Al parecer, la pérdida de visión era temporal, ya que comienzo a distinguir la luz que emana tras la puerta del sótano, al final de las escaleras. Se asoma tímida como yo. No, ¡no puedo permitirme tener miedo! Voy silenciosamente hasta la cocina, temblorosa tomo un cuchillo. Le escucho gritar y correr detrás de mí acercándose… Cuando lo siento a una distancia prudente, saco mi escondido cuchillo y le ensarto en el vientre, con la otra mano estoy lista con la venda para ponérsela, pero me quedo inmóvil, como niña de ocho años que soy.

- ¡¿Papá?!