Sin un nombre más que vacilante y tan intangible como la niebla, sus pasos no construían caminos, andaban para huir. Había inventado un mundito en el que su Álter ego, no-tiempo, y él convivían sin preguntas, sin respuestas y sin otro placer común que el de regocijarse en sus atemporalidades.
No-tiempo como buen Álter ego, se alimentaba de los artificios de una vacilantemente, que por definición errónea y defectuosa sinapsis emitía “casi todo” lo contrario a cuanto quería. Por el azar y alineación de los astros, “casi todo” no era “todo”, y en los instantes de la correcta sinapsis cual espesa niebla que era, impregnaba todo cuanto tocaba dejando breves huellas de tiempo tan grises como azules. Ocurría solo en las noches; afortunadas noches en que la calidez del alma salía por ojos y piel, y se permitía ser, no huía y en cambio pertenecía al espacio de una certeza efímera llamada "27 horas". Tic tac tic tac, agua tic tac, evaporación y entonces de nuevo niebla.
No volvieron a cruzarse nuestras palabras, y por ello entendí que la niebla no se predice, tan solo se vive; que se trataba de ir y venir, rápidamente yo fui y no volví, me quedé en y con los momentos que la niebla me regaló, momentos con promesa de lluvia y un abrazo impregnado de “dejemos que el azar nos decida”. Al fin y al cabo también yo soy niebla.
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