Los días normales
son informales, eso pensaba Juan mientras veía a la chica que le gusta, de
cabello negro y tez clara, recorrer el parque con gracia en sus pies, parecía
como si bailase de aquí para allá, viendo amigos de par en par, como una
mariposa curiosa saludando las flores de un invernadero, y con un recorrido
definido pero siempre volviendo al mismo lugar inicial. Aquella chica sabía de
Juan, de hecho salieron esa noche a conversar y a tomar; estando con ella
conoció a sus amigas, una rubia coqueta de sonrisa infantil y una morena
sensual de cabeza a los pies. Entre ronda y ronda de recorrido de la mariposa
jovial, Juan aprovechaba el tiempo bebiendo y aprendiendo a hablar, conversó
mucho con la morena y un tanto menos con la rubia de dorados cabellos como la
cerveza bebida por Juan. Ya llegadas las 12, Juan se agotó, por lo que empujado
por el licor, recostó su cabeza en las piernas de la rubia, consintió ella, no
sin sonrojarse primero y así siguieron hablando los tres hasta que Juan quiso
hacerle honor a su Don, coqueteando con miradas y halagos discretos que sintiera
el corazón; entre señales de atracción y provocaciones sutiles se acercó a la
rubia para en sus oídos susurrar que era tan bella y exótica como la más fina y
desconocida de las artes. Ambos semblantes se acercaron y entonces cerraron los
ojos mientras se acortaba la distancia, un beso profuso y apasionado se dieron,
pero al abrir Juan los ojos, estaba la mariposa frente a él, había cambiado con
la rubia de lugar. Ella sentía un inmenso amor por Juan, pero como se dijo al
principio, Juan sólo gustaba de ella.
Un instante
después, justo a su lado, Juan observó a su verdadera enamorada, había
aparecido en este invernadero para pedirle perdón por sus errores del pasado.
En algún momento fueron pareja, pero ella recurrió a sus viejos dolores,
tratando de dejarlo olvidado. En llanto silencioso se fue caminando, a paso
ligero y creyendo que Juan la había olvidado, sin embargo, Juan, lleno de
esperanza, alcanzó a Amy, agarrándola por el brazo y atrayéndola hacia sí. Le
dio un abrazo fuerte mientras ella revoloteaba como si se tratase de un fuerte
de un orate amarrado. Le dijo: “Amy, no te he olvidado, te sueño cada noche,
aún te amo”. Finalmente se besaron y Juan se elevaba con ella, como si tocaran
las nubes y se sintieran solos en el presente, futuro y pasado.
Con las manos
entre las piernas y acurrucado, despertó Juan en su cama; al principio no sabía
si lo había soñado o si Amy estaría a su lado.
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