lunes, 14 de marzo de 2016

INVERNADERO DE LOS SUEÑOS

Por Juan Camilo Carvajal Sánchez

Los días normales son informales, eso pensaba Juan mientras veía a la chica que le gusta, de cabello negro y tez clara, recorrer el parque con gracia en sus pies, parecía como si bailase de aquí para allá, viendo amigos de par en par, como una mariposa curiosa saludando las flores de un invernadero, y con un recorrido definido pero siempre volviendo al mismo lugar inicial. Aquella chica sabía de Juan, de hecho salieron esa noche a conversar y a tomar; estando con ella conoció a sus amigas, una rubia coqueta de sonrisa infantil y una morena sensual de cabeza a los pies. Entre ronda y ronda de recorrido de la mariposa jovial, Juan aprovechaba el tiempo bebiendo y aprendiendo a hablar, conversó mucho con la morena y un tanto menos con la rubia de dorados cabellos como la cerveza bebida por Juan. Ya llegadas las 12, Juan se agotó, por lo que empujado por el licor, recostó su cabeza en las piernas de la rubia, consintió ella, no sin sonrojarse primero y así siguieron hablando los tres hasta que Juan quiso hacerle honor a su Don, coqueteando con miradas y halagos discretos que sintiera el corazón; entre señales de atracción y provocaciones sutiles se acercó a la rubia para en sus oídos susurrar que era tan bella y exótica como la más fina y desconocida de las artes. Ambos semblantes se acercaron y entonces cerraron los ojos mientras se acortaba la distancia, un beso profuso y apasionado se dieron, pero al abrir Juan los ojos, estaba la mariposa frente a él, había cambiado con la rubia de lugar. Ella sentía un inmenso amor por Juan, pero como se dijo al principio, Juan sólo gustaba de ella.

Un instante después, justo a su lado, Juan observó a su verdadera enamorada, había aparecido en este invernadero para pedirle perdón por sus errores del pasado. En algún momento fueron pareja, pero ella recurrió a sus viejos dolores, tratando de dejarlo olvidado. En llanto silencioso se fue caminando, a paso ligero y creyendo que Juan la había olvidado, sin embargo, Juan, lleno de esperanza, alcanzó a Amy, agarrándola por el brazo y atrayéndola hacia sí. Le dio un abrazo fuerte mientras ella revoloteaba como si se tratase de un fuerte de un orate amarrado. Le dijo: “Amy, no te he olvidado, te sueño cada noche, aún te amo”. Finalmente se besaron y Juan se elevaba con ella, como si tocaran las nubes y se sintieran solos en el presente, futuro y pasado.


Con las manos entre las piernas y acurrucado, despertó Juan en su cama; al principio no sabía si lo había soñado o si Amy estaría a su lado.

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