Recuerdo
a Cedro, un árbol amigo que conocí en la
selva de Borneo, por causas del azar la
comunicación fluyó entre los dos, supe en corto tiempo que yo era un árbol que
sentía la energía de la selva por medio del contorno de mi cuerpo, y en este
caso sentí la energía de Cedro por medio de las raíces; muy nervioso me
preguntó, “¿Eres tu Bao?”, -No, No sé quién soy ni que hago acá- respondí,
luego Cedro se presentó y dijo: - Creí que eras mi amigo Baobab el gran sabio
árbol de esta selva, amigo que un día me dejó con la monótona tristeza del alma,
la soledad en este cuerpo inmóvil, duda en mi pensamiento y la melancolía de no
poder acabar con esto, él me encontró por medio de sus energéticas raíces, se presentó ante mí y empezó a vociferar de la siguiente manera “Gritos errantes e inesperados oí en tiempos de
antaño, preste atención para escucharlos mejor, y fue cuando el tiempo rasgó
fríamente mi vida, me endurecí hasta no poder con el dolor, ahí odié el tiempo,
transcurrieron los años, cuando comprendí que aquel flagelo era efímero y que
ahora la eternidad era mi amiga, fácilmente pude deducir que en la eternidad el
tiempo no existe y acaba el sufrimiento de la monotonía, gracias a esto obtuve una
satisfacción, mi sonrisa fue tan grande que podía albergar
el universo dentro de ella y tragarme la existencia misma”; finalmente Cedro dijo: “Yo no tengo vida aquí, es tan efímera que mis débiles hojas se desprenden de mi para
converger en la tierra creando vida y movimiento que yo no tengo, esto solo
ilustra el dolor de la vida de árbol que me tocó, además del desamparo del
tiempo ante mí”; Dijo aquella frase y sus raíces siguieron otro curso como por
arte de magia, nunca volví a saber de él, me di cuenta que aquel árbol de bonito
nombre no quería vivir más. Desperté, entendí dónde estaba y
recordé, que en otra ocasión estuve en el cuerpo de un Baobab. Después de saber
de Cedro y su triste existencia a causa mía y mis pensamientos humanos, no
volví a realizar las proyecciones astrales dentro de los entes que albergan
esta selva, hoy sigo siendo un hombre viejo, sabio y ermitaño, en donde cada
día salgo de mi cabaña en la selva de Borneo con un poco de comida, un libro de
antaño bajo el brazo, un pequeño gramófono con un maravilloso vinilo de
Schubert y mi oxidada hacha amarrada en el hombro, en busca de Cedro para
terminar con su tormento existencial y el dolor causado por las ideas ajenas al
bello entorno natural.
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