─Esta definitivamente no es
usted, señora ─dijo la cajera, un poco irritada de que la gente quisiera
tomarle del pelo tan fácilmente. Las buenas maneras se habían esfumado entre la
insistencia un poco arrogante de su clienta, que había llegado al banco hacía
unos instantes.
Pero mire que la de la foto es
igual a mí, no hace muchos años obtuve mi identificación y no he cambiado mi
apariencia mucho desde entonces─ dijo
Fernanda.
A
regañadientes la cajera revisó de nuevo la foto. Era imposible que fueran la
misma persona, iba en contra del sentido común. Tal vez con la firma y la
huella dactilar…
─Tal
vez con mi firma y mi huella dactilar podría demostrar mi identidad─ Respondió
Fernanda, adivinando los pensamientos de la cajera. Acto seguido, respiró
profundo como quien encuentra la solución a un problema.
Pero
no funcionó.
─Mire
por usted misma señora, las huellas dactilares no coinciden y las firmas,
aunque parecidas, no me permiten afirmar que usted es la dueña de la cuenta. No
le puedo permitir que retire todo el dinero la cuenta de ahorros.
Las
palabras atravesaron a Fernanda como dos saetas envenenadas, la sacaron de
quicio la instante y propició un escándalo de tal alboroto que muchos años
después del incidente el personal del banco aún se reía a cuesta suya. Fernanda
salió perdiendo la discusión y regresó a su casa desconsolada.
Llegó
un poco tarde, alterada por todo lo que había ocurrido ese día. Pero los hechos
insólitos aún no dejaban de ocurrir: la llave de su casa ni siquiera entró en
el cerrojo de su puerta, de modo que le tocó esperar en el antejardín durante
varias horas. Cuando ya la noche ya había caído llegó su esposo.
-¡Alfredo!
¡Llevo aquí esperando horas! Abre la puerta, imagínate lo que me pasó hoy en el
banco…
-¿Nos
conocemos?
-¡No
me digas que tampoco me reconoces! ¡Por favor! ¡Por favor!
Fernanda
entró con rabia a su casa, empujando fuertemente a Alfredo. Había varios
retratos de ellos dos en las repisas de la sala.
─
¡Mira nuestras fotos juntos! ¿Cómo puedes decir que no me reconoces? ¿Acaso no
soy tu esposa? ¿No hemos estado juntos durante tantos años?
─Si
esta es una broma de mal gusto… espero que se termine ahora. Usted no es mi
esposa, ella no está ahora en casa, pero volverá en cualquier momento y estoy
seguro de que se molestará.
Las
acciones siguientes de la mujer no se hicieron esperar, sus ojos se llenaron de
lágrimas y su cara se puso roja de la ira. Fue hacia su habitación y sacó toda
la ropa del armario.
─¡Pero
qué hace, señora! ¿No ve que esta no es su casa?
Y con
un fuerte empujón Alfredo sacudió a Fernanda. Por un momento la confusión
dominó la situación, produciendo un silencio profundo, una ruptura inminente.
La mujer salió a la calle y empezó a vagar por toda la ciudad.
─ ¡Hey!
¡Emma! ¿Dónde has estado? Te he estado buscando.
Y con
un beso el hombre devolvió a la joven al mundo real. Fernanda lo miró con
extrañeza al principio, pero todo se fue aclarando.
─Oh,
sí, soy Emma, no Fernanda. Ya me acordé─ Dijo para sus adentros
Desde
entonces su vida como Fernanda quedó olvidada y todo el asunto fue mandado a
recoger. Esta es la hora en que Alberto sigue esperando a su mujer.
Está genial, incluso un cuento más largo que le muestre ese misterio. Te felicito
ResponderEliminarVacano.
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