Allí, en ese pequeño rincón sombrío,
único e inalcanzable una sombra encorvada se escondía. Aquella sombra en
apariencia pensativa, parecía esperar, al tiempo que en algún lugar de otra
realidad, un ser inimaginable se mofaba de su existencia. Esta sombra egocéntrica, poseía un gran espíritu de auto preservación pero
su miedo a lo desconocido no la dejaba pensar claramente en lo ocurrido, su ser
completamente racional se erguía como una estatua de mármol en su mente,
evitando así corroborar o siquiera comprender aquello que lo acechaba.
Se
sentía observada, la vigilaban y lo sabía, gracias a esto era la cuarta noche
que no dormía, su vigilia obligada era parte de su castigo. Desde aquel rincón,
solo veía absoluta obscuridad excepto por pequeños lapsos en que podía observar
aquel bosquejo de su habitación a escala de grises gracias a los coches. Un
estruendo que provenía de la primera planta la estremeció, el chirriar
constante proveniente de las escaleras aceleraba su pulso; estaba allí, en su
casa, era el momento, vino por ella. Su respiración se agitó, el chirrido poco
a poco aumentaba, estaba cada vez más cerca, comenzó a jadear, su mirada estaba
fija en la puerta de la habitación que se encontraba entre abierta. Luego de un
estruendo más, todo quedo en silencio, solo podía escuchar los latidos
acelerados de su corazón, no aguantó tanta presión y cerró sus ojos.
El
ruido de un auto se escuchó a lo lejos, al pasar lentamente frente a la casa,
los halos de luz emanados por sus farolas dibujaron tenuemente aquella
habitación grisácea y vacía, gracias al ángulo en el cual entraban permitieron
iluminar aquel rincón, en el cual solo quedaba, envejecida por el tiempo y casi
desecha una muñeca sucia de trapo.
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