Por Jaime Garzon Bermeo
Lo soñó secreto, granate en la penumbra, con minucioso amor ella lo soñó durante catorce lúcidas noches. Cada
noche Lucía lo percibía con mayor claridad, y así, pasaba sumergida descansando en su inocente jaula de cristal.
Cercana al temible hecho de tener que abandonar aun sin así quererlo el palpitante siniestro del continuo aliento;
Fue observada en su declive, por el éxtasis luminoso de Nix diosa de la noche, que nostálgica por la desdicha de
Lucía, cautiva por la nobleza, decidió abandonar el silencio para iluminar con su lámpara el sueño de la susodicha.
Rutilante halló con su mirada afilada, el etéreo cuerpo de Lucía que plácidamente descansaba sin imaginar
siquiera, el colapso de la vida. Inexorablemente devorada, por la belleza del tiempo.
Estática en el tiempo, luchando a través del estrecho velo del sueño, por azar encontró tras furiosos intentos por
sostenerse ante una extraña dolencia, aquella mirada violeta adoradora de la ciudad y del bullicio que en otro
tiempo tiño de sexo su cielo. Un sentimiento, una emoción, un vació, sostenía en la memoria, por breves instantes
se aproximo a la ligereza del pasado. Justa y precisa la memoria; frente a la encarnación de estos los demonios
desbordados por el detalle; por el absurdo. Él, desatando las angustiosas telarañas tejidas y destejidas por el
tiempo, se acercó sin timidez, a la tibieza de su oído izquierdo para arrancar del silencio, un pronto nos veremos.
Extasiada, acometida por una extraña y fantasmal violencia; desde su amante sintió un metálico dolor. Posó su
mano desnuda sobre el pálido vientre. Lágrimas trenzaron sus sangrantes dedos ante la inexplicable desventura.
Así, extenuada por el peso de la ardiente tarde, exhalo para arrancarle por última vez al mundo la sal en el aire, el
calor de la tarde, y la incandescencia del sol en el verano. Entonces, la delicadeza de la muerte.
Justo cuando había entregado el peso de su alma y de sus recuerdos al vacío. Como burla cruel del destino, Lucía
despertaba tras sentir una extraña sensación que líquida se evanesce por su frente. Abre los ojos, prende el
televisor, insulta la ridiculez de su la vida. Desdichada, deambula infinitos días oscura de corazón hasta casi rayar
con el patetismo de la ancianidad. Tres horas, trece minutos. Desde el extremo cálido de renacer al de morir. Es
esa la sentencia.
¿Será el fantasma, o la diabetes, o los miles de recuerdos que se pierden en desteñidos carretes sin revelar del
pasado? Paisajes ahogados de negra realidad inundaron hoy 15 de abril el amplio pecho de Lucía. -¡La pesadilla!-
Dijo con una mano sujetando su pecho y con la otra buscando el equilibrio aferrada a una pata de la mesa.
Entonces su corazón perdió el ritmo tradicional. Al reverso de las cortinas, un cigarrillo quemando en el silencio.
Detrás de las lunas azules en una pobre trama naranja; la soledad más asesina. Después de tanto: Una taza rota, y
dos tostadas. Mil sueños desbordados por el estupor de un último suspiro. Después de tanto, nada. Solamente café
caliente en la camisa de un cadáver.
Está muy muy interesante el cuento, hay varios errores de ortografía y redacción, pero me parece que como conjunto, como idea y forman narrativa logra un estilo propio.
ResponderEliminarEl regalo de Nix
ResponderEliminarLo soñó secreto, granate en la penumbra, con minucioso amor ella lo soñó durante catorce lúcidas noches. Cada noche Lucía lo percibía con mayor claridad, y así, pasaba sumergida descansando en su inocente jaula de cristal. Cercana al temible hecho de tener que abandonar aun sin así quererlo el palpitante siniestro del continuo aliento; Fue observada en su declive, por el éxtasis luminoso de Nix diosa de la noche, que nostálgica por la desdicha de Lucía, cautiva por la nobleza, decidió abandonar el silencio para iluminar con su lámpara el sueño de la susodicha. Rutilante halló con su mirada afilada, el etéreo cuerpo de Lucía que plácidamente descansaba sin imaginar siquiera, el colapso de la vida. Inexorablemente devorada, por la belleza del tiempo.
Estática en el tiempo, luchando a través del estrecho velo del sueño, por azar encontró tras furiosos intentos por sostenerse ante una extraña dolencia, aquella mirada violeta adoradora de la ciudad y del bullicio que en otro tiempo tiño de sexo su cielo. Un sentimiento, una emoción, un vació, sostenía en la memoria, por breves instantes se aproximo a la ligereza del pasado. Justa y precisa la memoria; frente a la encarnación de estos los demonios desbordados por el detalle; por el absurdo. Él, desatando las angustiosas telarañas tejidas y destejidas por el tiempo, se acercó sin timidez, a la tibieza de su oído izquierdo para arrancar del silencio, un pronto nos veremos.
Extasiada, acometida por una extraña y fantasmal violencia; desde su amante sintió un metálico dolor. Posó su mano desnuda sobre el pálido vientre. Lágrimas trenzaron sus sangrantes dedos ante la inexplicable desventura. Así, extenuada por el peso de la ardiente tarde, exhalo para arrancarle por última vez al mundo la sal en el aire, el calor de la tarde, y la incandescencia del sol en el verano. Entonces, la delicadeza de la muerte.
Justo cuando había entregado el peso de su alma y de sus recuerdos al vacío. Como burla cruel del destino, Lucía despertaba tras sentir una extraña sensación que líquida se evanesce por su frente. Abre los ojos, prende el televisor, insulta la ridiculez de su la vida. Desdichada, deambula infinitos días oscura de corazón hasta casi rayar con el patetismo de la ancianidad. Tres horas, trece minutos. Desde el extremo cálido de renacer al de morir. Es esa la sentencia.
¿Será el fantasma, o la diabetes, o los miles de recuerdos que se pierden en desteñidos carretes sin revelar del pasado? Paisajes ahogados de negra realidad inundaron hoy 15 de abril el amplio pecho de Lucía. -¡La pesadilla!- Dijo con una mano sujetando su pecho y con la otra buscando el equilibrio aferrada a una pata de la mesa.
Entonces su corazón perdió el ritmo tradicional. Al reverso de las cortinas, un cigarrillo quemando en el silencio. Detrás de las lunas azules en una pobre trama naranja; la soledad más asesina. Después de tanto: Una taza rota, y dos tostadas. Mil sueños desbordados por el estupor de un último suspiro. Después de tanto, nada. Solamente café caliente en la camisa de un cadáver.