Por Jorge Luis Vélez Agudelo
En un lejano pueblo acentuado en la
región del Levantte convivían —si se puede denominar así a la forma de vivir de
sus pobladores— tres especies distintas sobre una misma arena. Aquella pequeña
ciudad se llamaba Néguev y estaba poblada por lobos, cerdos y ovejas. Resulta
que dicha sociedad estaba regida por un sistema de castas, en lo más alto de
esta, estaban los lobos, quienes tenían plena potestad sobre el concejo,
encargado de temas como la alimentación, la tributación y el orden, entre
otros. En lo más bajo estaban las ovejas, reconocidas labriegas que trabajaban
la tierra con el objetivo principal de alimentar a todo el pueblo, según la
corona dispusiera. Y en el limbo de la población, estaban los cerdos, prósperos
mercaderes que bajo el odio de los lobos y el recelo de las ovejas acumulaban
importantes riquezas. Hasta ahí, todo bien, como formas muy propias de las
sociedades arcaicas, de no ser porqué los lobos históricamente se sirvieron de
las ovejas, tanto por su carne como por su buen manejo de la tierra. Ya
cansadas de semejantes vejámenes, las ovejas comenzaron a reducir la cantidad
de granos y cereales producidos, a la vez que comenzaron a desplazar entre
grandes protestas a las ovejas más jóvenes
(fuertemente apetecidas por los lobos) a zonas recónditas del desierto;
plantearon que para dar vuelta atrás a dicha decisión el concejo de los lobos debía acoger algunas de sus propuestas y
darles participación. En dicha situación los cerdos no interfirieron, pues lo
lobos bajo sus misteriosas creencias se prohibían el consumo de carne de cerdo a
la vez que reducían al mínimo el contacto con ellos. Ante la irremediable
posibilidad de perder a los labriegos y su jugosa carne, los lobos decidieron
realizar una apertura en el concejo y ofrecieron ampliar el número de
participantes en él, constituido especialmente por las 6 principales familias
de lobos, se propuso ampliarlo a ocho y dar dos puestos para las ovejas con
pleno uso de su voto en todas las decisiones, pero con el mismo pleno
compromiso de no cuestionar las decisiones. Altivas y triunfadoras las ovejas reanudaron
a sus rutinas y enviaron a las ovejas más respetadas a participar del concejo. Allí, se trató la crisis de alimentos y como
retaliación de los lobos se propuso semanalmente el sacrificio de diez ovejas
con el fin de consumir su carne, la votación concluyó con una relación de dos
votos en contra y seis a favor. Así siguió la vida en Néguev, las ovejas siguieron
sembrando y alimentando a los lobos, inclusive con su carne, en tanto, los
cerdos por ser cerdos no se vieron afectados por la mera superstición de los
lobos.
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