lunes, 14 de marzo de 2016

AL ALBA

Por Laura Arias Muneton 


Era el fin de su acostumbrado paseo nocturno, ya las luces de las ventanas comenzaban a encenderse, metió las manos en los bolsillos de su chaqueta, quizá en busca de calor, pero sólo halló tela y dudas. Continuó caminando, entró en su departamento, miró hacia la ventana y notó que comenzaba a llover. Justo a tiempo –pensó-. Se quitó su pesaba chaqueta, y fue a la cocina para servirse un café.

Su paseo fue más largo de lo normal, pues había pasado la noche en vela, estaba cansada, con frío. Se sentó en el confortable sillón rojo que había en medio de la sala. Dio una ojeada al periódico del día anterior, un panorama sombrío: contaminación, críticas de los unos a los otros y los otros a los unos, pobreza, muerte, supuesto “desarrollo”, acuerdos, desacuerdos. Se sintió melancólica, se llevó las manos a los ojos, queriendo desahogar su desasosiego en mar, pero no pudo, se sintió muy fuerte para hacerlo. Miró hacia la ventana. Afuera, el cielo grisáceo por el smog, la amenaza de un racionamiento, sequía, hambrunas, sed, un mundo sin justicia. Llovió en sus ojos, llovió afuera, llovió en el mundo. Secó la lluvia con el dorso de su mano; fue entonces que recordó a Benedetti y su poema << ¿Qué les queda a los jóvenes?>>, pensó que la juventud no puede rendirse, que es el futuro, más que de un país, del mundo. Que eran sólo 17 vueltas al sol.

Se negó a convertirse en una vieja prematura, a vivir con prisa. Respiró, abrió los ojos. Desde ahora discutiría con un dios existente o inexistente, ofrecería sus manos para ayudar, se entendería con la naturaleza. En este mundo plagado de guerra, de consumo y de humo, inventaría y buscaría la paz <<así sea a ponchazos>>, que nunca dejaría la utopía, para poder seguir caminando, y, sobre todo, que haría futuro <<a pesar de los ruines del pasado y los sabios granujas del presente. >> .

Dejó de mirar a la ventana, ya no llovía, pero hacía frío afuera, pudo ver que aún no terminaba de amanecer, que aún estaba la noche bocarriba, que aún había estrellas que parpadeaban en lo-alto-del-cielo, como parpadeaba en su pecho el deseo de cambiar el mundo, de hacerlo un lugar más justo, se sintió más-fuerte-que-nunca, tomó su chaqueta y salió, a-vivir.

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