viernes, 11 de marzo de 2016

EL ESCRITOR SIN MANO

Por Alan Alberto Anzúrez Noriega


Estoy escribiendo esto después de estar noqueado por no sé cuántos días, encerrado en mi habitación que parece ser el único lugar seguro de la ciudad. La alarma de un auto suena en el parqueadero de al lado y al ritmo de ese sonido estresante, van acompañados los latidos de mi corazón. No sé cuánto tiempo llevo aquí, porque a pesar de que estoy redactando esto con un aparato electrónico, todas las redes de telecomunicaciones han caído, y con ello los relojes y dispositivos de ubicación de todos los gadgets se han dañado. La casa es grande, pero a estas alturas todos mis sentidos se han agudizado, puedo escuchar cada sonido dentro de ella, como el que hizo ese perro al rasguñar la puerta desesperado por escapar de ellos, o el ruido de la cabeza de ese indigente al chocar contra una de las ventanas de la cafetería que tengo a lado. Pero yo no he salido. La única energía es la que utilizo para cargar mi celular, en espera de una llamada que me diga que todo esto ha terminado, que todo fue una pesadilla. La lluvia arrasa con todo otra vez, es lluvia ácida después de las explosiones que ha habido en la ciudad, puedo verlo a través de una hoyuelo de la pared pues la pintura barata escurre de uno de los edificios que está cerca de mi casa. Con cautela bajo la mirada para observar  el muñón que ahora es mi brazo, ellos me cortaron una mano, pero no pudieron matarme, estoy orgulloso, a pesar de la peste que desprendo. A veces siento que escucho las risas de mis amigos y compañeros en la residencia, pero aunque sólo son espejismos, esta vez suena todo tan claro...  es el eco de una llave abriendo la puerta principal y la voz de Andrés mi amigo mexicano  quien  me llama por mi nombre. Sonrío. Ni siquiera sé porque sigo escribiendo... De pronto escucho que golpean a mi puerta, tres veces, como lo hacía Andrés, divertido, volteo y le digo que no me moleste más, que estoy ocupado, y sigo escribiendo, Andrés grita desesperado, ¿mi paranoia ha llegado a tanto?  tengo que descubrirlo y abrir, espero que me disculpen...

El idiota abrió la puerta. Creyó que lo mejor era esconderse, cuando, no, lo mejor era unirse a ellos. Debieron haber visto su cara cuando vio El Símbolo en mi camisa, la cicatriz en mi rostro, y después la navaja... nunca me sentí más vivo. Lástima que él no lo esté. La sangre escurre en mis dedos sobre la  pantalla táctil,  sus órganos servirán ahora para algo más que pudrirse en esta habitación asquerosa. He visto ratas en la casa, ellas se encargarán del resto. ¡Qué estúpido! Escribiendo hasta el último momento... Creyó que se estaba volviendo loco, que todo era una alucinación. Ojalá fuera así, pero no, somos reales y pronto esto será real para ti, que lees esto también. No podía dejar su historia inconclusa, los nuestros se divertirán leyendo como fue que terminó todo, “el escritor sin mano”. Suena  bien, pero esto no acaba aquí, esto apenas empieza... y ya vamos por ti. Es tu muerte, o la mía.

Andrés Noguera 

2 comentarios:

  1. Falto la firma de la carta:

    Andrés Noguera
    11/08/16

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  2. Excelente cuento. Me transportó al contexto y me intrigo: ¿Quiénes son ellos? ¿Qué pasaba afuera de la casa?. Me encantó.

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