lunes, 14 de marzo de 2016

EL HALLAZGO

Por Juan Manuel Arboleda Taborda


Él desde pequeñito, desde que empezaba a entender que ése señor que salía en las noticias era el presidente de la República y que las reacciones violentas de su familia no eran en vano, que ése tipo era un completo desgraciado, se había dado cuenta que le faltaba algo. Le faltaba algo. No era pobre. Tenía amigos en la escuela, y cuando fue al colegio también, y en la universidad y el trabajo también. Le hacía falta algo. Pensaba que se le había sido negado una cosita cuándo nació. “¿Qué será? Me siento incompleto, vacío.” Este es un pensamiento común en cada día de su vida. Lo buscaba. Buscaba la verdad sobre lo que le habían negado y si se lo habían negado quería recuperarlo.

Él ya había pasado la época de la vida en la que uno busca cosas, había vivido bastante. Viajó, se enamoró, se casó, no tuvo hijos (no quería), viajó más, dio clases, compartió su conocimiento, pero algo le faltaba, le faltaba poco para completar un centenar de años. La cercanía a la muerte, que un viejo siente cuándo sabe que vendrá en cualquier momento, hace reflexionar quizá más, quizá menos, pero hace reflexionar. “No quiero por nada del mundo morir sin saber aquello que siempre he querido saber”, le dijo a su esposa; compartió por primera vez lo que adolecía su alma.

Buscó. Siguió. Halló cosas metafísicas. Halló cosas físicas. ¿Hallo lo que buscaba? No. Siguió buscando. Un decenio más había pasado y su esposa se encontraba ya en el cementerio viendo crecer el pasto mientras él, con unas cuantas mechas de cabello plateado, sin cejas, pecoso y arrugado iba agarrado a su bastón caminando en la calle pensando en lo que buscaba. “¡Casi un siglo! ¡Qué hijueputa pendejada! ¡Cárajo! ¡Mejor me muero ya!” Su pensamiento rondaba la rabia, a su mente sólo acudían groserías tras groserías, ideas malas tras ideas malas. Él quería descansar, quería descansar.

Él se sentó en un banquito de la plaza, en su pensamiento no quería seguir buscando más. Quería dejar así, morir allí, en calma, solo, un día de verano, sonriendo, incompleto pero satisfecho porque buscó.

Él se pone de pie con el corazón latiendo rápidamente y fuertemente. “¿¡Qué es eso!? ¿¡Lo habré encontrado!? ¿¡Acaso esto será!? ¡Es esto!”. Él muere en el parque, con una sonrisa.

1 comentario:

  1. Genera mucha intriga este relato, el lector esta siempre a la expectativa de lo que va proceder al final de cada renglón, sus párrafos llenan de emoción, su final, un final que puede ser sentido y analizado sólo por el lector, que es quien le da el último toque y puede crear un mar de maravillas con su imaginación, ya que es un final subjetivo que abre infinidad de puertas a quien lo lee.

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