lunes, 14 de marzo de 2016

LA VIDA AJENA DE UN ÁRBOL

Por Luis Miguel Tunon Alzate

Recuerdo a  Cedro, un árbol amigo que conocí en la selva de Borneo, por causas del azar  la comunicación fluyó entre los dos, supe en corto tiempo que yo era un árbol que sentía la energía de la selva por medio del contorno de mi cuerpo, y en este caso sentí la energía de Cedro por medio de las raíces; muy nervioso me preguntó, “¿Eres tu Bao?”, -No, No sé quién soy ni que hago acá- respondí, luego Cedro se presentó y dijo: - Creí que eras mi amigo Baobab el gran sabio árbol de esta selva, amigo que un día me dejó con la monótona tristeza del alma, la soledad en este cuerpo inmóvil, duda en mi pensamiento y la melancolía de no poder acabar con esto, él me encontró por medio de sus energéticas raíces, se presentó ante mí y empezó a vociferar de la siguiente manera “Gritos errantes e inesperados oí en tiempos de antaño, preste atención para escucharlos mejor, y fue cuando el tiempo rasgó fríamente mi vida, me endurecí hasta no poder con el dolor, ahí odié el tiempo, transcurrieron los años, cuando comprendí que aquel flagelo era efímero y que ahora la eternidad era mi amiga, fácilmente pude deducir que en la eternidad el tiempo no existe y acaba el sufrimiento de la monotonía, gracias a esto obtuve una  satisfacción,  mi sonrisa fue tan grande que podía albergar el universo dentro de ella y tragarme la existencia misma”; finalmente Cedro dijo: “Yo no tengo vida aquí, es tan efímera  que mis débiles hojas se desprenden de mi para converger en la tierra creando vida y movimiento que yo no tengo, esto solo ilustra el dolor de la vida de árbol que me tocó, además del desamparo del tiempo ante mí”; Dijo aquella frase y sus raíces siguieron otro curso como por arte de magia, nunca volví a saber de él, me di cuenta que aquel árbol de bonito nombre no quería vivir más. Desperté, entendí dónde estaba y recordé, que en otra ocasión estuve en el cuerpo de un Baobab. Después de saber de Cedro y su triste existencia a causa mía y mis pensamientos humanos, no volví a realizar las proyecciones astrales dentro de los entes que albergan esta selva, hoy sigo siendo un hombre viejo, sabio y ermitaño, en donde cada día salgo de mi cabaña en la selva de Borneo con un poco de comida, un libro de antaño bajo el brazo, un pequeño gramófono con un maravilloso vinilo de Schubert y mi oxidada hacha amarrada en el hombro, en busca de Cedro para terminar con su tormento existencial y el dolor causado por las ideas ajenas al bello entorno natural.

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