miércoles, 9 de marzo de 2016

UN CUENTO PARA OLVIDAR

Por Santiago Piedrahita Betancur

Alejandra me tomaba de la mano y me hacía flotar, Alejandra me besaba y me hacía volar. Ella contradecía toda física, toda ley natural inventaba un paréntesis en su presencia, el mismo tiempo que a nadie quiere, por ella, pausaba su marcha y a veces incluso dejaba de caminar. Ah... como me enloquecía, qué importa que cambiara con la marea, Alejandra siempre se calmaba con mis dedos paseándose por sus cabellos, mi boca susurrándole al oído un te amo y una buena película en el sofá de su casa. Nos queríamos, es verdad, nos queríamos mucho, como se quieren la lluvia y el café, como se quieren los libros y la falta de sueño o como los solitarios y las canciones tristes. Sin embargo, y como todo en la vida, lo nuestro terminó, ni el amor se salva de la muerte.

Ella se fue y yo me quedé. Las millas y las horas, las eternas horas que nos separaron, al final harían reconocernos irreconocibles, el tiempo había hecho mella en ambos, y ya concepto y figura no se correspondían, el platónico divino detalle había muerto y de la mano caminaban recuerdo y nostalgia, anhelando las horas en que mirarse a los ojos no dolía, porque la fiel memoria, fiel a ella, engaña y nos oculta los tristes días. Su voz ya no resuena entre otras voces, se hizo ligera y ha perdido color. Su tacto se fue con la  piel que se tostó al sol y se cayó con el tiempo. Sus besos que me colgaban del techo, los he cambado por otros que solo me dejan a medio camino. Sus ojos se perdieron entre miles de ojos y los míos se cansaron de buscarlos. Aun la quiero, no a ella, si no a esa que ya no es, esa que aun me quiere y que nunca me dejo, esa que me espera ya en otros ojos, ya en otros labios, ya en otra piel… para que nos podamos amar mejor

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