viernes, 11 de marzo de 2016

ALMUERZO

Por Edwin Mauricio Largo Alzate

Otro mediodía caluroso. La ciudad está que arde y parece que seguirá así. O eso he escuchado. ¡Agota bastante! Sí, algún día me iré… Pienso a veces que es ridículo  abandonar esta ciudad sólo por el clima, sin embargo, el calor y yo no nos la llevamos. Voy despacio; hoy tengo algo de tiempo. Es mejor así, para poder respirar un poco… para esperar nuevamente. Hay mucha gente en el lugar como siempre. Esto es tan ajeno a mí; tantas personas, tanto movimiento. Me abruma y empequeñece; aquí en la mitad de todo. No recuerdo la época en que empecé a sentirme triste… Debo estar pendiente, hemos estado compartiendo el mismo espacio y entre tantas personas el tiempo pasa y no nos damos cuenta de la presencia del otro. Ok, no me he dado cuenta de la presencia de ella. No sé si ella también haya estado buscando la mía. Es por eso que debo estar pendiente. Creo que leeré un poco. Leo y trato de aparentar normalidad. Leo y trato de estar acá. Leo y hay mucho ruido. Leo. Leo. En realidad las ansias crecen. Miro disimuladamente y veo que viene. Me muero por una sonrisa suya. Pero no es así. Aunque está bien, de hecho eso me gusta, la hace diferente. Me gusta mucho. Se sienta. Me fijo en sus labios. Son tan característicos; me gustan mucho. A ella le deben gustar. Se mueven lentamente ayudando a consumir los alimentos. Yo los veo y me imagino que los mueve el viento. Me imagino que yo me convierto en el viento y juego con ellos y me refresco en un hilito de saliva: es que odio el calor, ya lo dije. Es bonito pensar en eso. El tiempo va pasando y ya casi no quedan alimentos en su plato. Eso me entristece un poco. Sé que en un par de minutos nuevamente marchará y será inevitable. Mientras eso ocurre me fijo en su cabello: tan nocturno, es como si la noche naciera allí; le cubre un poco sus ojitos de mirada perdida. Esos ojitos de juventud y calle. Quisiera que me mirara, que quisiera besarme como yo a ella y tomarnos de la mano y tal vez correr y salir de aquí y ahí esperaríamos a que lloviera, sé que a ella le gustaría y sólo así habría soledad porque la gente correría para cubrirse de la lluvia pero nos quedaríamos ahí y el agua cubriría nuestra piel y nuestros dedos se  arrugarían y se parecerían a la corteza de los árboles y tal vez nos deberíamos convertir en árboles y quedarnos ahí plantados, entrelazados en un largo beso y se me olvidaría que tengo clase a las dos, se me olvidaría que tengo que estudiar, se me olvidarían tantos juicios, se me olvidaría que yo soy María. Parece que ya se va. Sí, lo hace después de dejar los cubiertos finamente acomodados. 

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