lunes, 14 de marzo de 2016

GUAYACÁN

Por Sebastian Londono Valle

Desde abajo se observaba como si sus ramas se treparan por el sol, se expandían a su largo y ancho, como sosteniéndolo, como abrazándolo…

El guayacán era la vida nuestra… de Juan Silbante, de Juanamaría, de Carlitos y demás, nos trepábamos por su tronco rugoso, rondas a su alrededor, cánticos y chanzas, casas del árbol y castillos. Punto de encuentro de nuestra niñez, de nuestra amistad y de nuestras almas.
Si florecía a mediados de febrero jugábamos a atrapar las flores que caían  juguetonamente, saltábamos a atraparlas por grupos que siempre intentábamos equilibrar, Juan el más alto y Carlitos el más ágil nunca iban juntos.

La alegría no partía con el fin del amarillo guayacán, las múltiples y verdosas hojas que el viento arrecio precipitaba al suelo, servían para armar techos y tapetes, mientras que las ramas secas hacían de espadas, caucheras y varitas mágicas. El guayacán siempre nos proveía de juegos, de niñez, de sombra y de refugio.

Se volvió un día enemigo de la ciudad porque una de sus ramas secas cayó sobre un vehículo durante un vendaval por lo demás, muy poco común.  Tal vez si la vida que nuestro guayacán puso en riesgo no hubiera sido una vida cara, empresarial e importante, la ciudad no hubiera desplegado su arsenal burocrático en nombre de la seguridad y el bienestar común. Nada intentó evitarlo y terminó talado nuestro guayacán.

-Ya no podremos volver a pescar flores en el viento- dijo Juanamaría cuando nos aglomeramos todos frente al tronco cortado.

-¿Quién lo habrá matado?

-La ciudad lo mató- respondí


De su tronco fabriqué un recuerdo, un pasado inocente de alegría e imaginación, un pasado también de desilusión, un pasado que se prolonga hasta esta profunda soledad, un pasado pesado de alfombras de flores, de ramas secas y de roles medievales, infinitos e increíbles. Se llevó la vida mía la ciudad y sus afanes, se llevó la vida mía la ciudad y sus protocolos, condenados a ver morir nuestra imaginación, condenados a ver la vida del color de la ciudad, encerrados en una escala de grises y un sin fin de sueños talados.

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