viernes, 11 de marzo de 2016

EL SEÑOR DE LA VELITA

Por Mónica Ramírez Moreno

Esa tarde Fabio caminó de regreso a casa cantando una canción que no conocía, estaba casi convencido de que el teniente Álvarez iba a recordar ocasionalmente su denuncia durante lo que restaba de la semana, pero al pasar los días esta se uniría a la pila de papeles enmohecidos en su oficina. Sin embargo, Fabio paseaba tranquilo por las aceras, no notó siquiera que la sensación de vacío que había oprimido su pecho los últimos días empezaba a ceder, haber hecho algo, aunque fuera mínimo le daba el sosiego que antes no tenía. Ahora podía volver a ser el mismo de siempre o quizás ya nada para él sería igual, pero esto poco importa, porque Fabio es aquí un canal, una de esas personas que existen en virtud de darle lugar a seres superfluos que carecen de una existencia material per se.

Ese día Fabio había ido a la comandancia a denunciar una desaparición, una vez dentro del edificio le explico varias veces al auxiliar que no podía llenar el formulario de la denuncia, puesto que ni siquiera conocía el nombre del desaparecido, así que mucho menos iba a saber la dirección de un familiar o tendría una copia de su documento, cuando un oficial regordete apellidado Álvarez, despacho al irritado auxiliar y lo condujo a él hacia la oficina.

Adentro Álvarez abrió un bloc de notas y le pregunto a Fabio ¿qué familiar había perdido? este sentado en medio de sendas cajas llenas de documentos comprendió que estaba donde había empezado, así que emitió un breve suspiro y le conto al oficial que no se trataba de un familiar, que el ser en cuestión era un hombre de avanzada edad que pedía velas cada día en el almacén donde Fabio trabajaba, solía vérsele en las calles cargando escombros en una carreta y cantando sobre una tal Huri que componía hechizos de amor, el viejo decía ser inventor de globos gigantes de papel, haber tenido una novia que lo dejo por amor a Dios y se hizo monja, haberse perdido en la selva y aprendido de un indio magia blanca y magia negra, este ser sin nombre contaba esas historia sacadas de quién sabe dónde y se le iluminaba el rostro cuando se daba cuenta que había captado la atención de su interlocutor. Fabio en cambio no había logrado que el teniente despegara la mirada del papel en que escribió mientras él hablo.

 Al salir Fabio pensó en el olvido y en el destino y cantó: ‘‘y así mi triste vida pasará lisonjera, cambiando mis dolores por pérfida pasión…mmmm mmmm mmm’’.

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