viernes, 11 de marzo de 2016

LA DAMA ROSA

Por Luis Andres Velez Aguirre

Sentía que habían pasado horas desde que empezó a correr, estaba agotado y el frío de la brisa nocturna del mar le entumecía el rostro. A lo lejos podía ver como la causante de su naufragio envolvía sin compasión alguna los restos de su embarcación, y cubría las huellas sin forma ni patrón que él había dejado en la arena; era una niebla densa que generaba sentimientos abrumadores de soledad y desesperación.

Se halló frente a un oscuro bosque, el cual daba la impresión de desatar imágenes propias de lo que causa temor, sin embargo, no tuvo más opción que atravesarlo asegurándose a sí mismo que nada podría ser peor a la opresión que sentía cuando estaba cerca de aquella fría cortina de humo. Mientras caminaba torpemente entre los árboles, tropezándose constantemente con ramas sueltas y rocas, se preguntaba si aquel viaje había valido la pena; aquella travesía que supuestamente resolvería el conflicto inscrito en cada uno de sus pensamientos.

Cada vez que se adentraba más y más al bosque, la niebla acechaba con mayor ferocidad, haciendo que el arrepentimiento surgiera con cada paso que daba. En un sendero que seguía pudo vislumbrar una pequeña luz que sobresalía en la penumbra, pero en esta ocasión no tuvo ni un ápice de duda para dirigirse hacia ella lo más rápido que su fatigado cuerpo le permitía.


Un claro en medio del bosque se habría frente a sus ojos, en el centro había una pequeña laguna de aguas calmadas y cristalinas, la cual reflejaba de la orilla a una dama sentada sobre una roca aplanada. La luz de la luna llena brillaba con centelleos danzantes sobre la piel de aquella figura. Ella dirigía el rostro hacia el cielo estrellado con los ojos cerrados y cuando volteó para mirarlo, la niebla había desaparecido.

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