lunes, 14 de marzo de 2016

LA NOCHE DE SALOMÉ

Por Jorge Alberto Perez 

Los genes de Salomé han viajado por más de veinte generaciones.

Esa noche, la intento recordar por el exceso de personas, por el café convertido en licor y la música a todo volumen que no permitió una charla. Esa noche, en la que todo parecía concluido, en la que nada llamaba mí atención porque sin consecuencia alguna todo se podía mandar al olvido. Esa noche, me parece que fue esa noche, en la que uno de los tantos que merodeaba por el lugar me presentó a una nueva Salomé.

Ella estuvo esa noche, nunca escuché con claridad su voz pero el gesto en su rostro lo pude haber traducido como un saludo.

Por ahora nada de lo dicho tiene importancia, pero lo que ocurrió después es lo que me convence que todo esto sucedió esa noche.

No he podido olvidar a Salomé saboreando sus labios, su lengua deslizándose sobre ellos con delicadeza, tal vez era porque estaban resecos y necesitaba humedecerlos, o era simple, ella necesitaba degustar una vez más el sabor a muerte que había dejado la fría boca del decapitado Juan Bautista.  


Esa noche no fui capaz de preguntárselo.

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