miércoles, 9 de marzo de 2016

EL AMANECER

Por Sebastían Ayazo Peñata

Amaneció atrapado bajo paredes oscuras; el frío y la soledad cobijaban un ambiente tenebroso.

Noah Adams, un niño intrépido, tomó plácidamente una ducha caliente, tanta diversión lo había dejado exhausto; se preparaba para ir a la cama. Rápidamente, los pensamientos inundaron su cabeza, esperaba que el resto del fin de semana fuera tan emocionante como hoy. Sus carcajadas inundaban la habitación, nunca había sido tan feliz.

El agotamiento se apoderó de Noah, cayó en un sueño profundo, no sentía ni percibía nada, yacía tierno y delicado en la cama como un ángel. Verlo dormir era etéreo.

Una vez dormido, en la habitación imperaba un silencio abrumador que estropeaba la decoración. Las paredes estaban llenas de colores y figuras; se podía ver plasmada en ellas la alegría, reinaba la ilusión y la esperanza. Los juguetes de la habitación lucían gastados, era evidente que la energía de este niño intrépido había sido descargada sobre ellos, el uso impetuoso los tenía desarmados, incompletos, malheridos.

Un movimiento súbito derrumbó el silencio, Noah saltaba pero aún seguía dormido. Amaneció de repente y las risas llenaron la alcoba de alegría nuevamente, sólo se veía un grupo de niños correteando de un lado al otro del parque, la felicidad colmaba sus rostros, la euforia brillaba como chispas de colores, la realidad no alcanzaba a describir lo que sucedía. De repente tanta energía se extinguió, los movimientos cesaron, volvió el silencio y Noah descansaba para su próximo día.

Amaneció. La muerte había consumido a Noah y dejó cuatro paredes vacías sin emoción alguna. Su vida efímera no dio lugar a nostalgias. 

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