viernes, 4 de marzo de 2016

QUIÉN LO DIRÍA

Por Leonel Alfonso Quiroz Guzman 

No se vanagloriaba de la sutil belleza que la acompañaba. Regresaba, lentamente regresaba y sola se quedaba. En su trayecto vacilaba, jugueteaba, a sus hermanas no encontraba; luego erraba. Erraba con movimientos dispares. Se confundía, se detenía, miraba, corría; ahora caminaba, andaba, yendo se apaciguaba. A nadie escuchaba. Se debatía con gran parsimonia, mas no con melancolía –incluso con alegría–, por el camino que escogería, al cual se entregaría para llegar a la abadía. Tal vez, se distraía; quizá, contemplaría el panorama que avistaría, pero el camino seguiría. Esta vez intuía, pronto llegaría. Fue una suerte de epifanía. Al dar unos pasos quebrantaría la inseguridad que cargaría. ¡Qué exquisita anatomía! Y ninguno la adularía. Curioso sería, ver que se entorpecería cuando a su destino llegaría. Antes pasaría junto a una planta de judías en frente de la abadía. Entonces, un hombre saldría (cosa que a ella no le importaría). El hombre partiría, pero antes se desviaría y se resolvería a recoger el fruto de aquella judía. Sería allí, donde en un descuido, aquel desconocido, la mataría, y su historia acabaría… ¡Qué agonía!

Eso hubiese sido lo que hubiese sucedido si la hubiese afligido acto tan despavorido. Por fortuna, la pisada que aquel hombre daría, no alcanzaría a doblegar la correría que aquella hormiga protagonizaría… ¡Quién lo diría!



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