lunes, 14 de marzo de 2016

LOS CAPRICHOS DE LA IDENTIDAD

Por Alejandro Tabares Arango

─Esta definitivamente no es usted, señora ─dijo la cajera, un poco irritada de que la gente quisiera tomarle del pelo tan fácilmente. Las buenas maneras se habían esfumado entre la insistencia un poco arrogante de su clienta, que había llegado al banco hacía unos instantes.
Pero mire que la de la foto es igual a mí, no hace muchos años obtuve mi identificación y no he cambiado mi apariencia mucho desde entonces─ dijo Fernanda.
A regañadientes la cajera revisó de nuevo la foto. Era imposible que fueran la misma persona, iba en contra del sentido común. Tal vez con la firma y la huella dactilar…
─Tal vez con mi firma y mi huella dactilar podría demostrar mi identidad─ Respondió Fernanda, adivinando los pensamientos de la cajera. Acto seguido, respiró profundo como quien encuentra la solución a un problema.
Pero no funcionó.
─Mire por usted misma señora, las huellas dactilares no coinciden y las firmas, aunque parecidas, no me permiten afirmar que usted es la dueña de la cuenta. No le puedo permitir que retire todo el dinero la cuenta de ahorros.
Las palabras atravesaron a Fernanda como dos saetas envenenadas, la sacaron de quicio la instante y propició un escándalo de tal alboroto que muchos años después del incidente el personal del banco aún se reía a cuesta suya. Fernanda salió perdiendo la discusión y regresó a su casa desconsolada.
Llegó un poco tarde, alterada por todo lo que había ocurrido ese día. Pero los hechos insólitos aún no dejaban de ocurrir: la llave de su casa ni siquiera entró en el cerrojo de su puerta, de modo que le tocó esperar en el antejardín durante varias horas. Cuando ya la noche ya había caído llegó su esposo.
-¡Alfredo! ¡Llevo aquí esperando horas! Abre la puerta, imagínate lo que me pasó hoy en el banco…
-¿Nos conocemos?
-¡No me digas que tampoco me reconoces! ¡Por favor! ¡Por favor!
Fernanda entró con rabia a su casa, empujando fuertemente a Alfredo. Había varios retratos de ellos dos en las repisas de la sala.
─ ¡Mira nuestras fotos juntos! ¿Cómo puedes decir que no me reconoces? ¿Acaso no soy tu esposa? ¿No hemos estado juntos durante tantos años?
─Si esta es una broma de mal gusto… espero que se termine ahora. Usted no es mi esposa, ella no está ahora en casa, pero volverá en cualquier momento y estoy seguro de que se molestará.
Las acciones siguientes de la mujer no se hicieron esperar, sus ojos se llenaron de lágrimas y su cara se puso roja de la ira. Fue hacia su habitación y sacó toda la ropa del armario.
─¡Pero qué hace, señora! ¿No ve que esta no es su casa?
Y con un fuerte empujón Alfredo sacudió a Fernanda. Por un momento la confusión dominó la situación, produciendo un silencio profundo, una ruptura inminente. La mujer salió a la calle y empezó a vagar por toda la ciudad.
─ ¡Hey! ¡Emma! ¿Dónde has estado? Te he estado buscando.
Y con un beso el hombre devolvió a la joven al mundo real. Fernanda lo miró con extrañeza al principio, pero todo se fue aclarando.
─Oh, sí, soy Emma, no Fernanda. Ya me acordé─ Dijo para sus adentros

Desde entonces su vida como Fernanda quedó olvidada y todo el asunto fue mandado a recoger. Esta es la hora en que Alberto sigue esperando a su mujer.

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