miércoles, 9 de marzo de 2016

EL FALSO UNIVERSO

Por Freddy Bolanos Martinez 

El maestro programador estaba satisfecho. Luego de varios ensayos fallidos, había puesto en marcha la simulación de un universo perfecto. Hace algún tiempo el maestro había concluido que ignorando la naturaleza de su existencia, los seres de este universo podrían gozar de la verdadera libertad, por lo que se esmeró en pulir un conjunto de reglas para cubrir sus pasos. Ignorando que eran objetos dentro de una simulación, o meras líneas de código escritas en un lenguaje de programación estándar, los entes de este universo tendrían garantizado el libre albedrío.

 El primer elemento de este círculo perfecto tenía forma de aliciente. Era necesario motivar de alguna manera a los entes de la simulación, para lograr que evolucionaran y progresaran con el tiempo. El maestro tuvo a bien crear un premio dentro de su universo, al que bautizó con el nombre de energía, y decidió que aquel que la poseyera y dominara podría ejecutar todas sus tareas de una manera más sencilla. Para hacer equitativo el acceso a la energía, el maestro decidió que inicialmente ésta estuviera concentrada en un solo lugar, y que luego se expandiera junto con el universo, de modo que cualquier ente dispuesto pudiera buscarla y encontrarla.

El maestro imaginó a seres curiosos e inquietos vagando por su universo en constante expansión, así que impuso un límite a la velocidad con la que cualquier objeto podría moverse dentro de la simulación. De esta manera garantizaba que ningún intrépido o fisgón llegase nunca a alcanzar los límites de su creación y a cuestionarse por lo que hay más allá de ellos. También pensó en seres cada vez más inteligentes, capaces de desarrollar instrumentos de medida cuya precisión iría aumentando paulatinamente. La medición de los fenómenos en el universo simulado con una precisión absoluta representaba ciertamente un peligro, ya que a partir de dichas medidas los inteligentes seres podrían deducir todo el resto de la estructura de la simulación. El maestro decide entonces que cualquier medida de interés en su universo (distancia, velocidad, tiempo, materia, energía) tendrá un valor mínimo e indivisible. Más aún, se decidió que estas variables vinieran apareadas y que medir una variable con cierta precisión, irremediablemente implicaría que la otra tendría una incertidumbre proporcional a la exactitud de la primera medida.

 La falta de precisión ciertamente frenó el avance en el conocimiento de los seres dentro de la simulación y además dio lugar a fenómenos desconcertantes. La realidad a ciertas escalas se volvió difusa, aleatoria, caótica. Era imposible explicar el origen del universo con unas reglas que imponían límites a la precisión de las estimaciones. En algunos de estos fenómenos a muy pequeña escala, parecían surgir objetos de la nada, solo para desaparecer un instante de tiempo después. Había también evidencia de materia que no podía verse mi medirse, pero cuya presencia podía verificarse por métodos indirectos. A pesar de los enormes esfuerzos y de la pericia invertida en herramientas teóricas y de medición cada vez más complejas, los habitantes del universo simulado parecían chocarse contra el mismo muro una y otra vez.

Todo esto era el motivo de la satisfacción del maestro programador. Había logrado que sus creaturas tuvieran una independencia garantizada, muy a pesar de su propia curiosidad y espíritu investigador. Luego de muchas iteraciones de la simulación, el maestro consideraba por fin, que su perfecta creación estaba completa.

La felicidad del maestro duró hasta el día en que decidió estudiar en detalle la vida de los entes de su simulación. El caos aparente y la incertidumbre presente en todos los detalles importantes de su entorno, había hecho que muchos de los habitantes de su universo sacrificaran su libertad en pos de la esperanza. El maestro observó aterrado a muchas de sus creaturas en actitud genuflexa, rogándole a su creador…

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