viernes, 11 de marzo de 2016

UN PARAÍSO INCOMPLETO

Por Daniel Andres Gomez Vasquez

Cuando el joven Faust fue condenado a morar en el infierno por su escepticismo religioso, decidió afrontar sus castigos con la misma frialdad racional que en vida lo había caracterizado. En el infierno, él era el único que parecía no sufrir, no lamentarse, no torturarse interiormente por aquel pasado que lo había arrojado allí.
Ante la inminente perdición espiritual que afrontaba la humanidad, el Ser Supremo pacto con el Demonio un acuerdo en el cual, quienes habían sido sentenciados por su incredulidad, deberían retornar a la tierra en su forma fantasmal para convencer a las personas del destino que sus pecados les depararía. Fue así como Faust regreso a una realidad muy diferente a la que había experimentado tiempo atrás.
Para ser merecedor de la misteriosa recompensa prometida a quienes salvaran almas, Faust opto por abrir conferencias dirigidas a los jóvenes pues creía era el camino lógico hacia el éxito, mas pronto se hizo visible que su plan no era infalible y se vio sometido a la más intensa frustración.
Un buen día, en el cual Faust había decidido viajar para liberar su mente, conoció a Pauline Frontier, aquella mujer de indescriptible belleza y dulzura cautivadora se convirtió con el paso del tiempo en su centro de atención. En ella se compendiaban sus más grandes sentimientos y pasiones. Faust se entregó sinceramente a Pauline para vivir junto a ella esa historia de amor que en su anterior estancia en la tierra le había sido negada.
Un día antes de que Faust pidiera la mano de Pauline, el Ser Supremo retiró a cada fantasma de entre los humanos y como premio por sus esfuerzos les otorgó un lugar en el paraíso. Estando allí, tras cada amanecer, Faust se dedicaba a escribir versos a su amada y se retiraba en soledad para buscar recordarla. Los demás bienaventurados creían que él sufría algún tipo de demencia al verlo afligido en aquella eterna gloria o que los pecados de su vida pasada aún lo atormentaban. Lo cierto es que Faust fue condenado a vivir alejado de Pauline, sus cuidados, sus abrazos, su mágica sonrisa y sus besos sabor a miel.

Cuando la joven Pauline Frontier falleció, dicen que Faust sonrió y el paraíso finalmente se completó —al menos para él.

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