viernes, 11 de marzo de 2016

EL DÍA 29

Por Andrés Darío Zapata Grajales

Las sombras como largas manos fantasmales se reflejaban en el asfalto, la Luna proyectaba el ramaje de los árboles, y él la observaba fijamente, sentado en el asiento trasero de la moto, que a diferencia de sus ojos, se movía por la ciudad rápidamente. Faltaba una semana para el plenilunio. Había observado ya cinco ciclos lunares consecutivos, estudiándose y estudiándola a plena consciencia, y sabía con seguridad que desde este día, al salir de su casa y mirar al cielo, para verla allí, partida a la mitad, su sensibilidad crecería hasta el punto de la Locura como la última vez. Dijo: -Mira la Luna, parece un pezón. -¿Un pezón?- respondió el otro- ¡Sí, mira! – Se levantó con destreza la camiseta, y dejó ver su propia tetilla de color marrón, que se endureció al contacto con el frio. Sobre el fondo claro y circular, resaltaba el promontorio, igual al punto que la Luna dibujaba en el cielo.  El hombre que conducía detuvo la motocicleta, y volteando la cara miró: del cielo al pecho de su compañero, de la tetilla a la Luna; reflexionó por un instante, y sin titubear respondió: - Me gusta más la tuya ¡Una vez, mil veces! La prefiero porque la puedo tocar - y su mano se deslizó hacia la media luna derecha – ¡Porque son dos, y las puedo besar! – Y su boca se deslizo a la media luna izquierda. Miró entonces a los ojos de su compañero que absorto en sus pensamientos, continuaba con la vista fija en la noche, y lo encontró allí sobre ella. Había sacado de su bolsillo, una escalera: delgada, ligera; hecha de humo de marihuana. Y por ella escalaba rápidamente, al espacio sideral, a sentarse sobre Selene y mirar desde allí a la raza humana. Ascendía para contemplar desde lejos, en vista panorámica, general: a la Tierra. Esperando comprenderla, comprenderse. ¿Qué era aquel otro punto de color azul? ¿Y quiénes sus habitantes? No los podía entender; desde su temprana niñez se encontraba solo. Recordaba una fotografía del jardín infantil: él iba montado en una moto plástica para niños, estaba sólo en la imagen. A sus cortos 4 o 5 años, había rehusado a formar parte de la sociedad, y con determinación se separó aquel día del grupo, que se tomaría una foto igual, pero en conjunto; acercándose al hombre de la cámara, pidió la suya propia. Aquella noche el niño, sería levantado por su padre al amanecer, en la hora en que el cielo es más oscuro y la noche más fría, para mirar el cielo. La luna se pintaría de rojo sangre, y tiznaría el cielo de rosa intenso, y él la  observaría perplejo, para guardar aquella luna espléndida en el recuerdo, aquella noche junto a su padre, de aquel día 29, en el que vio su sino tiñendo de pasión, la noche y su mente. Aquel 29 en que sus impolutos ojos contemplaron el vacío, deseándolo.

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