viernes, 11 de marzo de 2016

AÚN MÁS

Por Mario Andrés García Agudelo

Se amaban, Se amaban como según ellos decían “nadie más lo ha hecho”, se amaban cuando después de cada pelea terminaban bajo el ramaje frondoso de los arbustos abrazándose con furor, con sus ojos llenos de lágrimas y jurando nunca más separarse el uno del otro, era una amasijo entre lágrimas de felicidad, mordidas y gemidos de placer, pensamientos de nostalgia y corcoveos de incomodidad debido a que sus cuerpos no eran muy compatibles. Y aun así se tratase de una historia de amor que valiera la pena ser título para una novela de John Green, un poema de Neruda o mejor, una fábula de Esopo, era una historia la cual solo conocían ellos, sus protagonistas y tenían la completa seguridad, de manera egoísta, de que nunca nadie más se iba a enterar. Los horrorizaba el hecho de que alguna vez pasara por la vista de alguien la imagen de ellos dos cogidos de la mano, paseando por las orillas de la playa que él le había regalado…  Una isla, ese había sido el regalo en realidad.

Nadie tenía noción de la existencia de la isla, solo ellos dos, incluso ellos mismos a veces dudaban de su existencia, pues durante toda su vida, 2 y 5 años,  que llevaban  viviendo en el sector nunca habían notado tal lugar, esto debido a su estratégica posición: una isla ubicada dentro de un objeto gigantesco, traslucido y que tenía una abertura justo a la medida para que ambos pudieran entrar, en su interior, lleno de agua, había en el centro un montículo de tierra en el cual ya habían plantas, arbustos y setas, apropiados para que pudieran esconderse aún más. Y digo aún más, ya que sabiendo que de por si su exterior se encontraba cubierto por paja, hojas y arbusto muerto, y que a duras penas ellos podían darse cuenta del lugar donde estaba la abertura, pero ellos querían esconderse “aún más”.
 
Cuantas noches no habían sido testigos del infame juego que allí se daba, a escondidas de todo insecto, anfibio, reptil y mamífero que pudiera haber en una selva amazónica. Todos los días, cuando él salía de su casa a buscar comida para sus hijos, directamente iba a allí, a la abertura, donde ella, desde hacía ya vario tiempo esperaba a poder montarse en su espalda para poder entrar a la isla, cosa que él le había obligado después de sufrir horribles sustos cuando llegaba y la encontraba en medio del agua dando descontrolados saltos con sus largas piernas. El, en un santiamén nadaba y la montaba sobre su lomo suave y resbaladizo pero en el que ella reposaba siempre feliz y tranquila al sentirlo. Siempre que  llegaban a la isla había dos posibilidades: Que pelearan o que fueran directo al punto a satisfacer sus fetiches. Cuando se daba la primera,  alguno de los dos terminaba yéndose, ella nunca necesito ayuda para llegar a la abertura cuando de este tipo de salidas se trataba; sin embargo, al rato ya estaban ambos buscándose en los lugares que pudiesen estar, se abrazaban y volvían nuevamente a la isla para realizar la segunda posibilidad, en la cual ella con finas sedas lo amarraba de los tallos de las plantas, mientras con seducción posaba sus largos pies en los puntos más blandos de esa húmeda y grisácea piel, después de esto la noches se volvían más largas para poder hacer más duraderos aquellos juegos de perversión donde la seda blanca y 8 largas piernas eran las mejores protagonistas. Finalmente al amanecer, solo estaban ellos dos, comiendo jugosas frutas pues desde que se conocieron cambiaron sus hábitos carnívoros, de hecho, de no haber sido así, ella hace tiempo hubiera llegado al ardor de sus jugos gástricos.

Y ese era el punto por el cual esconderse, esconderse cada vez aún más, pues la naturaleza no podía darse cuenta que sus leyes se estaban incumpliendo y que los niveles de las cadenas alimenticias ahora se amaban.


Ambos sabían que su amor poco iba a durar, pero en lo que llevaban lograron aprovecharlo al máximo, ambos eran increíblemente jóvenes, pero ella era consciente que tenía un periodo de vida más corto y su mayor sueño era poder morir naturalmente a la misma edad. Al final su sueño se cumplió, aunque de manera no muy natural, el hecho fue que después de una noche rara y trágica, varios activistas se sorprendieron al  notar como dentro de un botellón viejo que habían recogido lleno de pantano, hojas y hongos había además, ya muerta, una espectacular araña violinista que había sobrevivido al ataque de un lagarto el cual dominó al atarlo con sus redes en todas sus extremidades.

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