jueves, 10 de marzo de 2016

NEGRO, SIEMPRE NEGRO

Por Paulina Restrepo Ramírez

Es curioso, ¿sabe? Uno piensa que esos enamoramientos de la infancia son tan relevantes como esos besos efímeros en las fiestas adolecentes. Yo habría esperado, como mínimo, una típica decepción que terminaría en un viaje por helado de chocolate a la tienda, y hasta ahí; la pendejada pasaría, y la vida seguiría como si no hubiera sido mayor cosa. Pero la vida tiene que darnos donde más nos duele, ¿cierto? Como buena madre, nos recuerda nuestros errores hasta la muerte, por más cansados y viejos que nos pongamos. Aunque, para ser sincera, como buen ser humano, no pude evitar caer en la dulce tentación del masoquismo. Se podría pensar que, siendo un niño enamorado, las estupideces no tendrían comparación con las que haría un adulto en la misma situación. Lastimosamente, mi alma se había perdido rápidamente entre unos cabellos negros y una piel blanca, como la arena que se entraba por mis dedos.

Por un momento, creí ver la perfección retratada en esa inocente cara suya de 8 años. Nunca imaginé que mi primer fracaso me perseguiría en forma de un color.

Naturalmente, por más que supiera la imposibilidad de que se fijara en mí, era inevitable no apreciarlo en la lejanía. Su belleza era directamente proporcional a su edad: mientras más años tuviera, más bueno se ponía. Yo, en cambio, no funcionaba con esa regla. Mi belleza se encontraba inmersa debajo de todos esas hormonas y granos de la pubertad. Aun así, de vez en cuando resplandecía cuando menos se necesitaba, obviamente. La hermosa ironía.

No lo veía mucho, y apenas hablaba con usted. No obstante, su recuerdo siempre permanecerá como el que definió lo que sería mi inclinación sexual. Debería sentirse importante, no cualquiera logra hacerlo a la edad en que usted lo hizo. Pero, dígame una cosa, ¿por qué, entre todas las cosas que podía hacer la vida, escogió su color de cabello y lo transformó en mi estigma personal? ¿ah? ¿Por qué no puedo fijarme en otra cosa que no sea un cabello negro y una piel blanca? ¿Por qué resplandecen mis ojos cada vez que veo por encima de mis ojos, una cabellera negra en el cuerpo de un hombre que no es usted? ¡Es una terrible maldición! Un fetiche extraño que me hace pensar todas esas cosas que le quisiera hacer a usted… unas dulces caricias, con mis manos, con mi boca, besarlo hasta quedarme sin aire, hacerlo todo mío.


Pero usted y yo sabemos que todo eso se queda en la ficción de mí mente, y no pasará de una simple sonrisa, y tal vez un corto contacto visual; sí, la cobardía sobrepasa mis deseos. Dígame patética, pero le confieso que, me siento satisfecha con mis acontecimientos ¿Por qué? Muy fácil. Me basta con pensar que, si no lo tengo a usted, al menos tendré una buena compañía; el negro. Siempre será el negro.

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