viernes, 11 de marzo de 2016

TEHALAK

Por Laura Jiménez Valencia

Llevaba tiempo mirando una bola de pelo de su gato cuando Pablo se dio cuenta de que alguien, o más bien algo, lo estaba reprendiendo intensamente. – ¿Acaso no piensas hacer nada? Estamos a punto de colisionar contra un planeta y tú estás ahí, plantado mirando a la nada–. Fue allí donde Pablo notó que se encontraba en una especie de submarino en forma de triángulo, y para rematar, la máquina estaba a punto de colapsar. – ¿Pero qué hago?–. En un abrir y cerrar de ojos unos tentáculos se le acercaron y le dieron un apretón en los hombros. –Tenemos que salvar la información de Tehalak, el planeta que está en peligro. Si chocamos, todo lo que hemos descubierto habrá sido en vano–dijo Cratis, su único acompañante. Pablo entrecerró los ojos y, con una confianza no muy común en él, tomo el volante y empezó a maniobrar la extraña nave. La tensión era palpable, se tenían que salvar. Cuando estaban casi rozando el planeta, el cual parecía más un cilindro de metal, una alarma empezó a sonar dando alerta de lo cerca que estaban de estrellarse. – ¡Pablo!–. Tenían que sobrevivir y lo iban a lograr, era lo que el chico se decía para darse ánimos. – ¡Pablo! ¡PABLO, VEN YA A CENAR!–. Pablo se incorporó y cerró el libro que tenía en sus manos, bajó a la sala y se sentó con su familia. Cuando estaban sirviendo se rió en voz baja incrédulo a lo que había acabado de experimentar, percatándose del poder que tenían las letras en él.

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