viernes, 11 de marzo de 2016

LA BIBLIOTECA

Por Cristhian Bustamante Vásquez


Se encontraba el pequeño ya dentro de la habitación. La puerta se había cerrado tras de él, producto de la brisa nocturna que con estruendo lo encerró en la pequeña biblioteca. La luz era escasa, solo la luna y unos pequeños cristalinos infantiles le permitían entender su entorno. La bombilla estropeada desde hace tiempo paso a formar parte de la decoración junto a la alfombra persa, la silla de madera, el escritorio mohoso, el estante polvoriento y la ventana colonial; que en aquel contraste de luz y oscuridad generaba sombras que acechaban la frágil mente del infante. Llevado allí por la curiosidad, contrariando la palabra de su madre, se privó de la opción de pedir ayuda, temiendo más a ella que a aquellos espectros.

Se encogió en posición fetal en medio de la alfombra, llorando en silencio. Sin pedir ayuda. Sin abrir los ojos. Escuchando al viento que dotaba de voz a sus temores, y a la brisa que les daba cuerpo. El valor lo abandonaba al igual que la luz de la luna. Pronto quedaría a solas con ellos. Ellos que son frutos de la mente; vistos, sentidos, y consignados solo por aquellos  valientes que se atreven a retratarlos en las novelas y cuentos. Fue de allí de donde brotaron, con un sonido como el del pasar de páginas iban poniéndose de pie. Acercándose con pasos silenciados por la alfombra, pero perceptibles para él que estaba recostado en ella. La deforme mano que lo agarro arrastro su pensamiento a un profundo abismo lleno de monstruosidades amorfas y grotescas, solo cuando estuvo a punto de llorar y de pedir socorro la puerta que lo retenía se abrió. Apareciendo una figura materna iluminada a contraluz por el pasillo.

¿Qué es este desorden? – Escucho de ella.


Mientras, que al darse la vuelta intentado despertar de su terrible pesadilla volvía a ella, tras ver como todos los libros de la biblioteca se encontraban esparcidos y abiertos por el suelo. Acechándolo.

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