lunes, 14 de marzo de 2016

TÚ ESCOGES

Por Ludwing Carreño

Ramírez, como a lo largo de su vida se había hecho llamar por sus conocidos, agarró un bus al norte de la ciudad. Acababa de salir del apartamento de una desconocida, o bueno, quizás no tanto en ese momento. La noche anterior, como tantas otras, Ramírez le sugirió a esta extraña que así le llamara; le invitó el mismo trago que él acostumbraba tomar, en el mismo bar que solía hacerlo; se dispuso a proponerle exactamente lo mismo que habituaba insinuarle a sus otras extrañas, ir a algún lugar cercano, donde pudiesen terminar la noche para seguir divirtiéndose. Ramírez había tomado un curso de seducción en la capital. A su parecer todos estos no eran más que charlatanes, no había ninguna novedad en sus métodos; él ya contenía en sí mismo un poder para persuadir. Esto lo había notado años atrás, cuando convencía a su madre, para que le comprara algún dulcecito del que se antojaba y ella no tenía más reparo que darle lo que pedía. En todo caso, el curso de seducción había sido una completa pérdida de tiempo.

Lo que desconocía Ramírez era que esa búsqueda confusa, borrosa, impalpable, estaba sujeta a encontrar algo más. Algo más que la trivial seducción, algo más que las mismas proposiciones de todos los viernes pasada la media noche, algo más que las pieles, algo más que el sexo furibundo en el que se sumergía en las habitaciones estándar de los moteles que frecuentaba. Ramírez sostenía una consigna: “Por hermosa que sea una mujer, es imperativo desprenderse por completo de ella, a la mañana siguiente”, lo que infería que Ramírez sólo sostenía relaciones de un primer y único encuentro; a esto él lo llamaba variedad, “Qué tedioso, que rutinario resulta sostener una relación con una misma mujer”. Pero la noche anterior… la noche anterior hizo tambalear todas y cada una de sus convicciones. La mujer que conoció no se parecía en nada a las demás; el trago que le ofrecía a todas, lo despreció; la proposición que le hizo a las demás, ella se la hizo a él primero; ella escogió el lugar y por ello resultaron en su apartamento; ella decidió el tipo de encuentro sexual que iban a compartir. Fue muy romántico, extremadamente tierno para el gusto de Ramírez, pero frenéticamente seductor. Es más, Ramírez se consideró un actor de cine erótico, no de cine porno, como algún día pensó. Sus dedos, sus manos, todo de sí fue muy sutil; hacía movimientos que nunca había hecho y pese a que lo suyo era el sexo encarnizado, cayó en el abismo de seducción más profundo que jamás había experimentado y lo poseyó una sensación que nunca antes había percibido. Fue una noche en verdad mágica, llena de sensualidad, de sensaciones encontradas, de consignas rotas, de rutinas mandadas al diablo. Luego cayó profundamente dormido.

Cuando despertó se cambió apresuradamente. Aquella mujer lo había dejado solo en su apartamento, solo en su habitación, con una premisa en un papel sobre la almohada “Tú escoges”. A Ramírez le pareció en ese momento que era un desatino, pues la noche anterior él no había escogido nada, debiese ser “¿Tú escoges?”. Qué desalineada manera de iniciar la mañana. Una mañana que no había elegido, una noche de la que tampoco había entresacado nada. Pese a tener todos los poderes de persuasión de los que él presumía, no resultaba ser más que un desacertado acontecimiento para el recuerdo… un verdadero recuerdo. Agarró algo de la nevera, y observó por primera vez, de la manera más prolífica, la fotografía de esa mujer con la que había sostenido esa noche tan extraña; era realmente hermosa. Divagó. Luego salió del apartamento. Agarro un bus, cruzó el torniquete y pagó. Sentado miró por la ventana aquel apartamento que transformó su noche. Entonces, recordó que al reverso de ese papel, había contestado “Fue un placer…. Bernardo”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario